27. Ser valientes
Indra.
Me llevé las manos al cabello, tratando de calmar los nervios.
Era casi medianoche. Estaba en una pista privada del aeropuerto con Dante Salazar, a la espera de mi madre... y de Victoria de Villanueva.
Enderecé el kimono Fendi que Jorge me había regalado—un obsequio tardío de cumpleaños. No era fan de los lujos mundanos, nunca lo había sido. Pero eran regalos. Y nunca le negaría un regalo a nadie.
Vi el pequeño jet deslizarse sobre la pista y solté el aire que sostenía hasta que se detuvo por completo.
Mis hijos permanecían resguardados en el barco, junto a Sofía, Dasha y Luka. Protegidos en medio del mar.
Desvié la mirada hacia el convoy de camionetas y el despliegue de armamento innecesario con el que Dante había decidido presentarse para recibir a dos simples mujeres.
Era ridículo. No recordaba que lo hubiera hecho la última vez que lo acompañé a dejar a mi madre en el aeropuerto. Aunque nadie anticipó que la persona responsable de que estuviera viviendo una historia