Sumergida en su tina en el palacio, Eris se esforzaba por quitar de su cuerpo todo rastro de la presencia del rey. Su tacto era más difícil de borrar porque se había grabado en sus memorias, donde sólo habitaba el Asko. Si ambos recuerdos se enfrentaban, estaba segura de cual ganaría y permanecería con ella hasta el final de sus días.
Yacer con Erok en el lecho era simplemente una tarea infame, como lo era limpiar los baños o los desechos de los animales. Alguien debía hacerlo y si aquello aseguraba su posición, no iba a negarse.
Dejó sus aposentos usando sus nuevos y hermosos ropajes y, tras desayunar con su esposo, lo acompañó a una audiencia con gente de la corte. Desde un rincón ella ponía atención a todo lo que los hombres decían.
—El año pasado, las inundaciones destruyeron las cosechas hacia el sur. Debemos prepararnos e incautar todo lo que podamos para cuando llegue el mal tiempo —dijo un hombre que luego supo que era el gobernador de la región.
—Podemos añadirlo a la r