Pese a la distancia que los separaba, Eris sintió el peso de la mirada del Asko sobre ella. Sintió hasta su ira. Las trompetas sonaron y comenzó el choque de espadas de los bandos que se enfrentarían a muerte. Y pronto cayeron los primeros muertos. Una espada apenas rozó el cuello de uno, pero se precipitó al suelo. A otro, la filosa hoja de metal se le clavó entre el brazo y el costado y salió del otro lado tan limpia como había entrado. Cayó al suelo también. Era una masacre, pero ninguna gota de sangre había manchado todavía la arena y, en las gradas, las gentes se miraban unas a otras, confundidas.—¿Qué está ocurriendo? ¿Qué es lo que hacen estas escorias? —preguntó el rey al presentador, que se veía tan perdido como los demás. El hombre se encogió de hombros y recompuso pronto. Envió a otro a exigirle explicaciones a Mort, el entrenador.En la arena, los alaridos de los supuestos heridos provocaban escalofríos. Nunca antes demostraron tanto dramatismo y dolor quienes acostumb
Por vez primera, el regreso de los prisioneros a las mazmorras luego de la arena no fue silencioso. En la habitual marcha fúnebre ahora reinaba el jolgorio, en el que se mezclaban la alegría de seguir vivos con la incredulidad. Muchos habían dudado de que la idea del Asko de un combate fingido rindiera frutos. Dudaron también de que el hombre que tuvieran en frente atacara de mentira y acabaran traicionándose unos a otros, pero confiaron y la fe los había vuelto victoriosos. Tanta era la dicha que los insípidos alimentos que recibieron les supieron a los más deliciosos manjares.—¿Alcanzará para todos? —preguntó un prisionero, desatando una ola de risas, pues nadie esperaba que fueran tantos los que regresaran.—Si no alcanza, compartiremos —repuso otro y los hombres se miraron con un brillo de fraternidad iluminando sus ojos.Los rivales que peleaban a muerte hoy se habían convertido en hermanos. Alter llegó al primer lugar en la fila para recibir comida y le entregó su pocillo al
*De regreso en el valle del Zazot después de una vida entera de exilio, una gran fiesta recibió a Akal, el hijo menor del alfa Asraón, quien había muerto en la guerra hacía algunos años. La estirpe de Asraón dominaba todo el valle al este del río Irs y se esperaba que Akal liderara la manada Blanca, tras reclamar el trono que su tío, el alfa Dom, había usurpado en su ausencia. Entre los Lyaks, seres licántropos que fusionaban la esencia humana con la ferocidad de los lobos, Akal se erguía con un porte que evocaba la nobleza de su padre. Su rostro, sereno y pulcro, capturaba la atención de muchas doncellas, pero él, decidido y enfocado, ignoraba sus miradas. Su mente estaba fija en un único propósito, sin dejar que las distracciones lo alejaran de su camino como ya lo había hecho su frágil salud. Sin embargo, todo cambió cuando sus ojos se posaron sobre ella.*Sólo el sonido de los grilletes se oyó en el gran salón, que se silenció con la llegada de los invitados especiales. Los pri
Con un destello de malicia ensombreciendo su mirada, el rey depositó la daga en manos de Eris. Una vez más, ella se debatía entre lo que debía hacer y lo que realmente quería, lamentando que, en esta ocasión, el Asko saldría herido de una manera u otra. Si no se atrevía a hacerlo ella, alguien más lo haría. Sospechaba que la esposa del recaudador moría de ganas por estar en su lugar, pues la miraba con la envidia de la más vil serpiente. Suspiró, aferrando la daga, y avanzó con paso vacilante hasta quedar frente al Asko, vestida con sus galas de reina y las mentiras y secretos que llevaba a cuestas. Por un instante encontró los ojos tras la máscara y su frialdad le causó un dolor punzante. Anhelaba tener la ocasión de ofrecerle las explicaciones que se merecía, pues ella seguía trabajando por ambos, ella no dejaba de trabajar.De repente, un estremecimiento la sacudió y, llevándose una mano al vientre, tuvo una arcada. La primera fue seguida de otra y, a la tercera, vomitó deliberada
—¿No ha querido hablar conmigo? —cuestionó Eris—. ¿Acaso un prisionero tiene voluntad para decidir? ¿Qué hay de tu autoridad? Su reclamo estuvo desprovisto de la humildad de la sacerdotisa y Kemp la inspeccionó hasta que ella volvió a inclinar la cabeza en actitud servicial y procuró suavizar su tono.—¿Por qué rechazaría la gracia de los dioses? ¿Qué más puede tener que le dé consuelo en este lugar donde reina la oscuridad? —preguntó, más serena. Kemp negó luego de dar un profundo suspiro. —¿Quién podría saber lo que pasa por la cabeza de una bestia como él? Sólo puedo decirle que será mejor gastar sus energías en quien esté dispuesto a oír a los dioses a través de usted. Vamos, la acompañaré a la salida. Eris asintió, pero al doblar en la primera esquina echó a correr por los enrevezados pasillos, buscando al Asko y perdiendo a Kemp, que intentó correr tras ella. En la oscuridad, que sólo aplacaban las antorchas suspendidas en los muros, la claridad de la mañana guio a Eris por
Unos gritos inhumanos agitaron la paz de la noche en las mazmorras. Los prisioneros, arrancados de sus sueños con violencia, se agolparon tras los barrotes, esperando saber qué pasaba y orando, para que fuese lo que fuera, no les ocurriera a ellos. En las estancias donde dormían los que, por su buen comportamiento, no necesitaban de tanto resguardo, Alter se agitaba presa de una fiebre capaz de derretirle la piel y no halló sosiego en las compresas frías que Gro le ponía encima.—No pudo ser algo que comió, come lo mismo que los demás, tal vez un poco más... ¿Qué pudo ocurrirle? —se preguntaba el muchacho, lloroso.—Pudo ser algo que comió en la fiesta a la que nos llevaron —repuso el Asko—. La propia reina enfermó y me vomitó encima. Había en las mesas alimentos extravagantes y bebidas por doquier, algo debió caerle mal.—Es posible, o le ocurrió algo más. Cuando llegó por la noche estaba tan... ¡Él lloró y Alter jamás llora! A él no le gusta mostrar debilidad y no tolera que yo lo
A mediodía, Eris recibió a una comitiva para tratar el tema de las lluvias e inundaciones. —Enviamos gente a las montañas. Saber que eran lluvias altas nos permitió tomar resguardos ante la crecida de los ríos —le dijo el gobernador—. Estamos trabajando en trasladar los cultivos y construir ductos, es una pena que el rey no esté para contarle los detalles.—Pero estoy yo —repuso Eris—, y estoy ansiosa por ver con mis propios ojos el avance de los trabajos, sobre todo si lo que busca es conseguir más recursos. Imagino que el alimento para los animales escasea, ya que no pueden salir a pastar por las lluvias.—¡Exactamente, su majestad! Su increíble visión no deja de sorprenderme. Con gusto compartiré con usted los detalles.A la charla, que resultó muy provechosa para el gobernador, le siguió un paseo de Eris por la capital y algunas aldeas aledañas. Quería ella conocer los problemas del pueblo y que su pueblo la conociera. No usaba corona, pero ellos la llamaban reina y lanzaban péta
Lo que terminó por enfriarse con las palabras del rey fue el sudor que recorría las espaldas de los hombres en el salón. —¿Majestad? —inquirió Nov, con un atisbo de incredulidad en su voz.—Lo que has oído: trae a mi esposa de inmediato.Sin más que un asentimiento, Nov salió a cumplir la funesta orden. Golpeó la puerta de los aposentos de la reina con firmeza y ella apareció después del cuarto, despeinada, somnolienta, ignorante del oscuro destino que le aguardaba. —El rey solicita su presencia.—¿Está en sus aposentos? ¿Por qué no ha venido él mismo? Es lo que suele hacer.—Él está en «el salón» —respondió, y Eris comprendió que se refería al de las orgías—, y no está solo.—Si me hubiera dicho antes que tenía planes para esta noche, no me habría retirado al lecho. No voy a cambiarme —cogió un manto y se lo puso sobre la bata. Echó a andar detrás de Nov.—El rey está con el Asko —le advirtió Nov, visiblemente nervioso, sintiendo la necesidad de prevenirla—, quiere que él la forniq