Llegó el día al campamento de Rakum y la promesa de revelar la identidad de la luna de plata seguía sin concretarse.
Kort se paseaba entre las hembras, inspeccionándolas igual como lo habían hecho los otros. Ninguna luz cegadora había emergido de ellas, ningún cambio respecto a lo que antes eran.
—¡En los ojos de esta se refleja la luna! —gritaba Oblio, con la albina cubierta de sangre.
Los ojos, antes rojos, ahora habían empalidecido y, con algo de imaginación, podía hallarse semejanza entre la luna y sus iris.
—¡Es la luna del cazador!
Lo cierto es que estaba muerta; todas lo estaban.
Rakum golpeó la mesa en su tienda, iracundo. El resto de los alfas que había pactado con él aguardaba por sus indicaciones.
—Salgan y sigan buscando, eso es lo que debe hacerse. Atrapen a todas las hembras del valle si es necesario y tráiganlas ante mí. No descansarán, no dormirán hasta que aquello esté hecho. ¡Fuera!
Solo Kort se quedó en la tienda.
—¿Tienes algo que decirme, Kort?
—No.
—En