Balardia
Una habitación bien iluminada dio la bienvenida a Akal cuando sus ojos se abrieron. Los eventos pasados: la guerra, la muerte, la locura destructiva de su bestia interna parecían muy lejanos; reminiscencias de un sueño imposible.
Su cuerpo se había destruido, pero él seguía vivo. Los sentidos adormecidos empezaban a despertarse tal y como él. A su nariz llegó el aroma refrescante de las pomadas con que embadurnaban a Lud para aliviar sus dolores. Se vio a sí mismo cubierto de esas vendas que el sacerdote le daba a Eris. Lo habían envuelto de los pies hasta el cuello.
Debía decir que eran maravillosas porque no sentía dolor alguno. La experiencia sensorial de su cuerpo se reducía a su cabeza; no sentía nada más de allí hacia abajo, tampoco podía moverse.
La idea de haber quedado inmovilizado debido a las fracturas no le pareció aterradora; era un alivio si se iban también los dolores.
Ariat había resultado ser implacable. Él iba a cumplir su parte del trato, tenía todas las