Los ojos de Umak se aguaron al volver a ver a Akal. El bebé que Asraón le había pedido proteger y a quien había visto crecer seguía en este mundo cuando lo creía muerto.
—¡Benditos sean nuestros ancestros, que te han protegido y me permiten verte de nuevo! —aferró la cabeza de Akal y le besó la frente.
—Lo mismo digo, mi fiel Umak. Te creí muerto también. Supuse que, en cuanto regresaras por mí a la manada, Dom te mataría, pero te has salvado. Eres un viejo con suerte.
—Volví, claro que sí, pero nadie se enteró, aunque yo sí de lo que te habían hecho. Pensé en buscar a tus hermanos para vengarte, pero no sabía en quién confiar. Cuando decidí ir con el pequeño Gunt, él me dijo que estabas vivo; se enteró de ello en la reunión que organizó el supremo. Y ahora estás aquí, tan lejos de tu hogar.
Los Liaks se abrazaron con añoranza y luego se sentaron a conversar. Una sierva les sirvió vino y Umak se refrescó mientras le contaba a Akal sobre sus andanzas.
—La manada blanca ya es tuya,