—¡No, mi Isabel no! ¡Es mi hija! —gritó Carlos con furia desbordada—. ¿Le has hecho daño a mi hija? ¡Te mato!
Sus ojos parecían destellar fuego.
—Padrino, yo sería incapaz de hacerle daño a Isabel. Yo la amo, y quiero...
—¡Tú no quieres nada! —interrumpió Carlos, elevando aún más la voz—. Esa niña no es para ti. Eres un hombre de mundo… y ella, inocente. Además, ¡es mi hija!
Michael se mantuvo inmóvil. Lo observaba sin pestañear, viendo cómo su padrino parecía haber perdido la cordura.
—Padrino, usted puede decir lo que quiera, pensar lo que quiera, pero no voy a dejar a Isabel. La amo. Es la mujer de mi vida, y no la dejaré por nada ni por nadie.
Carlos lo miró fijamente. En silencio. Había visto con sus propios ojos el cambio en Michael: ya no bebía, ya no andaba con mujeres. Se había transformado.
"Todos tenemos derecho a una segunda oportunidad", pensó. Él mismo necesitaba una. Una segunda oportunidad con Mary. De eso estaba seguro.
—Padrino —continuó Michael con firmeza—, con su