Isabel debía casarse. Era la única forma de poder disponer de su herencia. Y debía hacerlo pronto, antes de que John hiciera quién sabe qué cosa con lo que aún quedaba intacto.Aquellas palabras dejaron a las dos mujeres completamente desconcertadas. Isabel sentía que su mundo se deshacía entre los dedos. ¿En qué momento su vida, tan perfectamente estructurada, se había convertido en un infierno?Había perdido a su madre. Vivía con personas que no eran su familia. Había renunciado a todas sus comodidades. Y ahora, tenía que Por un instante, deseó que todo acabara. Pensó en alejcasarse... o perderlo todo. Pensó en alejarse, rendirse, dejar que su tío se quedara con todo… Pero Juliana no se lo permitió. Le recordó que no podía darle el gusto a un hombre como ese, un miserable sin escrúpulos.—¿Pero con quién se supone que debo casarme? —preguntó Isabel, con los ojos brillosos de angustia—. ¿Por qué no aparece mi madre? ¿Qué le habrá ocurrido? Esto... esto es terrible.Los días que sigu
Mientras tanto, John sentía que había logrado su cometido. Isabel estaba justo donde él quería: sola, vulnerable, sin nadie que pudiera defenderla.—Nos casaremos mañana mismo —le dijo, bebiendo un sorbo de whisky, su risa áspera retumbando por toda la habitación—. Te conviene a ti... y sobre todo a mí. La herencia de la familia volverá a las manos que le corresponden. Soy el único Martin que queda con sangre pura. Por derecho, todo me pertenece.—¡Eso no es cierto! ¡Mi madre está viva, lo sé! —gritó Isabel entre lágrimas, la voz quebrada por la desesperación.John se acercó a ella, sonriendo con desdén.—Rafaela ya no está. Eres una ilusa, Isabel. Yo mismo me encargué de ella. Ahora solo quedamos tú y yo... y esta noche será la primera de muchas.Sin darle tiempo a reaccionar, la tomó con violencia y la arrojó a la cama. Isabel, aún adolorida por los golpes anteriores, apenas podía defenderse. Pero estaba viva, y mientras tuviera un solo aliento, no dejaría que la humillaran sin pele
El trinar de los pájaros rasgó el silencio, anunciando que el amanecer había llegado. Isabel, aunque aún confundida y dolorida, retomó su camino. Reconoció el río del pueblo y, a lo lejos, el ruido de los autos en la carretera le devolvió un hilo de esperanza. Si lograba llegar hasta allí, tal vez alguien podría ayudarla.Caminando entre la hierba y la maleza, se abrió paso con desesperación, luchando contra el cansancio que atenazaba su cuerpo herido. Se sentó sobre una piedra para recuperar fuerzas, pero apenas pudo cerrar los ojos: unos pasos crujieron en la maleza cercana. Sin pensarlo, se levantó y echó a correr, el corazón golpeándole el pecho, huyendo del monstruo llamado John.El dolor de la golpiza recibida punzaba cada músculo, pero su voluntad era más fuerte: tenía que sobrevivir.Mientras tanto, Michael y Juliana llevaban horas buscándola. Desde el día anterior no habían descansado. Al llegar a la imponente casa Martín, tocaron la puerta una y otra vez, pero nadie respondi
Mientras tanto, en el hospital, Pedro despertó del coma en el que se encontraba hacía más de un año. Su médico llamó a Juliana, ya que era la única persona cercana a él y quien, durante todo ese tiempo, no dejó de visitarlo ni un solo día.La alegría se apoderó de ella. Tomó al pequeño y partió rumbo al hospital, sin querer molestar a Isabel, quien aún dormía, y con Michael ya ausente.Pedro estaba siendo valorado por el personal médico. Una enfermera invitó a Juliana a pasar a la habitación. Ella se quedó a un lado, en silencio, mientras uno de los médicos se acercaba a Pedro.—¿Recuerdas a esta mujer? —preguntó el doctor.Pedro la miró fijamente, pero negó con la cabeza. Tocó su sien, como esforzándose por recordar. Juliana sintió un nudo en el corazón.Cuando el personal médico abandonó la habitación, ella se acercó a él.—Pedro, soy Juliana... tu mujer. Y este hermoso bebé —dijo acariciándolo— es tu hijo.Pedro sonrió, extendió los brazos y tomó al pequeño entre ellos. Juliana, em
Isabel no vio otra salida que casarse con Michael. Necesitaba recuperar su fortuna y contratar a un investigador que encontrara a su madre y la trajera sana y salva. No tenía un solo peso en los bolsillos, y Juliana tampoco. No quería ser una carga para Michael, ni depender de él económicamente. Además, deseaba alejarse de ese pueblo que tan pocos buenos recuerdos le había dejado.Michael llegó al apartamento alrededor de las nueve de la noche, luego de recibir la llamada de Juliana. Ella ya le había adelantado un poco sobre el favor que Isabel pensaba pedirle.Se sentaron en la gran sala. Michael se dirigió al bar, se sirvió un vaso de whisky y regresó con las dos mujeres.—Quiero casarme con usted —dijo Isabel sin entusiasmo, pero mirándolo a los ojos.Michael, sorprendido por la propuesta, tomó un sorbo de su vaso.—Es un favor que quiero pedirle… si usted acepta —añadió ella.—Yo acepto, pero con una condición —respondió él.—¿Qué condición? —preguntó Isabel, algo asustada ante lo
En los días siguientes, Isabel no hacía más que salir acompañada de su abogado. Se les veía muy ocupados, trabajando sin descanso en los asuntos legales y financieros. Mientras tanto, Juliana continuaba visitando a Pedro en el hospital, siempre acompañada de su hijo.Michael, por su parte, estaba sumergido en su trabajo, pero no lograba dejar de pensar en Isabel. Aquella sensación le incomodaba profundamente, y eso lo irritaba. Nunca antes se había sentido así. Era como una frustración constante. Esa mujer había puesto su mundo patas arriba, como si lo dominara, como si sus pensamientos ya no le pertenecieran.Le costaba entender cómo una mujer de figura frágil y aire inocente podía hacerle tanto daño. Pasaba noches en vela pensando en ella, deseándola en silencio. Quería besarla, tocarla, tenerla. Jamás imaginó que terminaría sufriendo por alguien que, aparentemente, lo ignoraba por completo.¿Tendría dueño su corazón?Carlos aprovechó un momento para preguntarle a Michael por los av
El alivio volvió a Isabel. Se sentía segura nuevamente en su casa. La policía había asignado varios agentes para su protección, y ella misma había reforzado el sistema de seguridad privada. Eso la tranquilizaba.Pasaba los días ocupada: haciendo llamadas, visitando abogados y representantes. Su relación con Juliana se había enfriado. Apenas cruzaban palabras, y rara vez se veían en el comedor.Mientras tanto, Pedro comenzaba a hacer preguntas. Su curiosidad despertaba, y Juliana, sin dudar, decidió contarle la verdad. Al oírla, Pedro comenzó a recuperar fragmentos de su memoria: eran vagos recuerdos, pero eran la clave para entender por qué estaba allí.Lo que no sabía era que su mente pronto recordaría más de lo que hubiera querido.Michael fue hasta la mansión con la excusa de visitar a Juliana, pero en realidad deseaba ver a Isabel. No podía dejar de pensar en ella. Al llegar, fue Pedro quien lo vio primero, desde el jardín.Apenas lo divisó acercarse por el camino, una ola de imág
Michael se sentía terrible. Pedro había sobrevivido tanto a los golpes como al accidente, y ahora estaba de nuevo junto a Juliana, la mujer de quien él había intentado separarlo sin éxito. Pero eso no era lo peor. Isabel lo había escuchado referirse a Pedro como “maldito negro”. Michael no había considerado las consecuencias de esas palabras... y ahora era demasiado tarde.Isabel, de piel canela, lo había mirado con profunda decepción. Se notaba en su rostro que se sintió herida. Y con razón. Si antes lo ignoraba, ahora sin duda lo odiaría. Michael sabía que debía intentar arreglar las cosas… aunque ya no sabía cómo.Mientras tanto, Carlos finalmente encontró el paradero de Carlina. El lugar no podía ser más desolador: un barrio olvidado, donde la miseria convivía con la drogadicción y el abandono. Sentada en el suelo, con un cigarrillo colgando de los labios, Carlina parecía una sombra de la mujer que alguna vez fue.—¿Carlina? —la llamó.—Sí… ¿Quién lo pregunta?—Carlos Robles.Carl