—Quiero besarte —susurró Carlos, sin darle a Mary tiempo para decidir. Se acercó a su rostro y la besó con deseo, un beso que, para su sorpresa, fue correspondido.—. Te necesito, Mary. —Besó su cuello, abrió su blusa y descendió hasta sus pechos. Pasó la lengua suavemente, haciendo que ella soltara un gemido de placer.
—No, no... —replicó Mary con voz entrecortada.
Carlos se detuvo, se puso de pie y la miró por un momento. Mary tenía los ojos cerrados y respiraba con dificultad. Estaba muy asustada, temiendo ser abusada nuevamente por Carlos.
Él se disculpó en voz baja, buscó las llaves del auto y la levantó sin siquiera esperar a que dijera algo. La subió al coche sin mirarla, y ella tampoco lo miró. Carlos puso el motor en marcha y se alejó rápidamente de la hacienda, La Casa de las Rosas. Mary, en silencio, intentaba cerrar su blusa, cubriendo sus pechos con manos temblorosas.
—¡No puedo pensar en nada que no seas tú, me estás volviendo loco! Mary, tú sabes que te amo, que te he am