MASSIMO
— ¿Acaso nunca te has preguntado por qué jamás te he puesto una mano encima? —pregunto con la voz baja, mientras la acorralo contra la mesa de roble.
Sienna apoya ambas manos sobre la superficie y yergue la espalda, como si eso pudiera evitar que note su timidez. Pero ya es demasiado tarde.
— ¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando?
— Todo.
Traga saliva, nerviosa por mi cercanía. Me encanta ponerla en este estado. Es un deleite para mis ojos.
Me acerco un poco más, inclinándome hacia su oído.
— Jamás he permitido que nadie te ponga una mano encima. Ni siquiera yo. —Mi voz es un susurro, pero la tensión en el aire la vuelve un disparo seco.
Ella me mira de reojo, confundida. Sin embargo, prosigo.
— ¿De verdad, no te has preguntado por qué?
Sienna niega. Lo hace lentamente, con la boca apretada en una línea que tiembla por la presión.
— Porque quería que cuando llegara el momento, tú me permitieras hacerlo —susurro cerca de su cuello—. Quería que lo ansiaras. Que anh