SIENNA
Cierro la puerta con lentitud, sintiendo el peso del mundo en mis brazos. La habitación médica es la más cercana a la entrada de la mansión y, tras esa puerta, donde ahora resuena el silencio más brutal, está Massimo. Los médicos siguen entrando y saliendo con rostros rígidos, todos ellos marcados por la presión de haber tenido a la muerte demasiado cerca. Él está dormido, inconsciente, con tubos en la boca y vendas en el abdomen. Dicen que la cirugía acabó, que está estable, pero… aún no despierta.
Y yo… no puedo dejar de llorar.
Las lágrimas caen sin permiso, una tras otra, como si quisieran arrastrar mi culpa. Estoy de pie, sin saber por cuánto tiempo, cuando siento una mano brusca sujetarme del brazo. Es Matteo quien me voltea hacia él con el ceño fruncido, los ojos grisáceos como fuego. Aún tiene heridas en su rostro y algo de sangre seca. Pero parece que eso a pasado a segundo plano.
— ¿Qué hiciste? —su voz es baja, pero duele como un grito.
Intento abrir la boca, pero no