MASSIMO
La sangre me corre por la sien, tibia y espesa, mientras el desorden estalla a mi alrededor. Los gritos, los disparos y el olor a pólvora se mezclan con las luces que encienden el lugar, que aún intentan resistirse. Me tambaleo, pero no cedo. Frente a mí está Leonardo Valieri, jadeando como un animal salvaje, los ojos desorbitados, inyectados de odio y desesperación. Sé lo que viene. Esto ya no es una pelea; es una ejecución.
Lo miro fijamente, sin esconder la verdad.
Eso es todo lo que necesita para lanzarse sobre mí como una bestia. El primer golpe lo esquivo, pero el segundo me alcanza de lleno en la mandíbula. Siento cómo el crujido me recorre el cuello, pero no me detengo. Sé cómo pelea Valieri porque lo he observado muchas veces, incluso cuando no lo sabía. Es torpe, demasiado confiado, y siempre, sin falta, deja su lado izquierdo expuesto. Es su maldita debilidad. Pero ahora mismo estoy agotado, algo ebrio y fuera de mis cabales. Cada músculo de mi cuerpo me duele, la