40. Vindicta

Indra.

Le di un cabezazo a Carlota para quitármela de encima. Apenas y aflojó el agarre sobre mi cuello, así que me obligué a dejarme caer, tal como me había enseñado Vladimir, para arrastrarla conmigo al suelo.

Fuimos brazos y piernas sin control rodando por el frío piso.

Carlota alzó el arma, pero antes de que pudiera disparar, alcé mi mano y desvié su brazo, haciendo que la bala se perdiera en el aire.

El arma cayó a metros de nosotras.

La adrenalina dentro de mi cabeza era aún más fuerte que cuando peleé con Matilda, más intensa que la persecución en el hotel, y mil veces más brutal que mi huida de Dante.

Estaba libre. Y podía defenderme.

Le torcí el brazo sujetado. Ella rugió y me dio un puñetazo en el estómago con su mano libre.

El mismo dolor me impulsó a golpearla en la cara, pero Carlota detuvo mi puño a centímetros de su rostro.

Su gruñido fue rabia pura.

Una explosión sonó a lo lejos retumbando sobre las paredes.

Ambas nos soltamos de golpe y nos logramos poner de pie al
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