41. Jacque
Fausto.
Abrí los ojos de golpe, tratando de orientarme, cuando noté las paredes y el techo blancos, desconocidos para mí.
Me incorporé rápidamente, sintiendo un dolor punzante en todo el cuerpo, pero el mareo que me invadió en ese momento amortiguó el impacto.
—¡No, Fausto, no hagas eso! —chilló César, acercándose a la camilla para obligarme a recostarme de nuevo.
Tardé un segundo en procesar todo.
Mi hermano estaba ahí, con ropa deportiva, parado frente a mí. En el sillón negro del fondo, Indra dormía en una posición incómoda.
Observé las vendas cubriendo gran parte de su cuerpo, los moretones en su rostro, su cabello —ahora corto otra vez— cayendo de lado.
Los recuerdos llegaron como un golpe seco.
—¿Qué pasó después de que me desmayé? —mi voz salió baja, rasposa. Moría de sed.
En ese instante, Vladimir abrió la puerta suavemente. Sus ojos se abrieron con sorpresa al verme.
—Los doctores dijeron que estarías más tiempo fuera de combate... pero veo que no es así —su tono sonó alivia