31. Entre pétalos y lujos
Indra.
Solté todo el aire contenido cuando Enzo alzó la cortina de satín blanco, permitiéndonos la entrada a Fausto y a mí en otro espacio.
Lejos de las frías manos que nos habían estado tocando para felicitarnos por este matrimonio.
La enorme habitación se había convertido en un bastidor relativamente tranquilo.
Mi —ahora oficialmente— esposo me ofreció su brazo para estabilizarme, mientras los encargados del vestuario acortaban, con prisa, la tela del velo.
Querían que pudiera presentarme más cómoda en la recepción de la boda, sin tanto peso sobre la cabeza.
Qué irónico se sentía todo eso.
Estaba oficialmente casada.
Mis ojos todavía veían destellos oscuros por los tantos flashes a los que me había sometido junto a mi familia y un montón de desconocidos en la playa. Mi madre lloró en cada una de las fotos, como un mar desbordado.
Yo intenté sostener la mejor sonrisa que pude... pero al final estaba segura de que mis ojos lucían hinchados de tanto llorar.
Fausto me soltó un moment