Indra.
Corría. O eso intentaba. Mis pies se hundían en la maleza como si el bosque mismo quisiera devorarme. Cada zancada era un suplicio, cada rama me rasgaba la piel. El aire era demasiado denso. Irrespirable. —¡Ayuda! —grité con fuerzas que ya no tenía. Nadie respondió. Solo el eco burlón de mi propia desesperación. Me estaban cazando. Yo era la presa de la bestia. Me tropecé entre piedras y lodo rasgándome el alma misma. Caí de bruces fijando la vista enfrente, y entonces lo vi. Dante. Emergiendo de las sombras como un lobo, me levanto de la naturaleza con sus brazos tatuados. Sus ojos, dos pozos negros. Sin alma. Sin compasión. Me miraron profundamente. —¿En serio creías que podías escapar de mí, bonita? —su voz fue como veneno. Intenté zafarme de su agarre, pero era como pelear contra una montaña. Al contrario Dante me aprisionó más como una boa lista para romperme los huesos. El cielo rugió y de pronto. Llovió sangre. Carmesí. Espesa. Metálica. Cayendo a cántaros como si el mundo estuviera desangrándose sobre nosotros. Dante me soltó de golpe. Justo entonces cadenas de metal brotaron de la tierra como serpientes infernales y se enroscaron en mis extremidades. Me ahogaban. Me cortaban. Caí de lleno. Golpeé la tierra como un cadáver. Siempre lo había sido. La lluvia roja comenzó a cubrir mi destrozado cuerpo. El suelo temblaba. Vi los tenis caros aparecer en mi rostro. A centímetros de que pudieran patearme de lleno. Luego una figura se agachó... pero ya no era Dante. Era Fausto. A pesar de la maldita lluvia de sangre su vestimenta impecable de lino y blanca, apenas tenía ligeras gotas de la sustancia que estaba a punto de ahogarme. Su sonrisa era un susurro cruel. —¿Me extrañaste, amor?— Su cálida mano me acarició con una ternura macabra. Quise gritar. Estoy segura que lo intenté. Pero nada salió de mi. —Estamos juntos en esto. Solo son pesadillas, mi vida... Pronto las olvidarás— Fausto me habló con tanto cariño, sus manos destrozaron las cadenas como si fueran de papel. Luego Fausto me alzó como si no pesara nada mientras el cielo se desmoronaba. —Solo es un sueño —insistió Fausto aprisionándome. Y entonces aparecieron los cuerpos. Quemados. Despedazados. Emergiendo de entre las ramas, arrastrando sus restos como zombis del infierno. Yo grité. O eso creo. Ya no sentía mi garganta. Sálvenme por favor. Sáquenme de aquí. —Eres más que esto, Indra —dijo su voz... pero venía de otro lugar. Desperté con un jadeo y la garganta seca. El corazón me retumbo en las sienes. El sudor frío me cubrió como una segunda piel. Estaba en una cama. Grande. De satin rojo. Una habitación blanca, impecable. El mar brillaba más allá de una ventana infinita. ¿Casa? ¿Sueño? ¿Qué era verdad? No entendía nada. Volteé la mirada del océano. Fausto estaba ahí. Sentado a los pies de la cama, como si no supiera si acercarse o desaparecer. Me toqué el rostro, húmedo de lágrimas. El plástico que me daba oxígeno yacía aun en mi nariz. —¿Dónde estoy?— pregunté con la garganta rasposa, la vista se desvió a mis delgados brazos que aún conservaban la intravenosa. Cicatrices. Marcas por doquier. —Isla Mujeres. En mi refugio más seguro. Aquí nadie puede lastimarte —dijo Fausto buscando mis ojos. Sus esmeraldas parecieron notarse precavidas respecto a mi. Como si estuviera calculando que tanto podía hablar frente a mi. Debían ser más mentiras. Todo esto era un teatro. Un infierno envuelto en sábanas de lujo. —Quiero ver a Dante. A Dasha... a Luka— exigí sin saber porque lo hacía. Quería ver un rostro familiar. Un infierno conocido. No uno nuevo. —No. No volverás a verlos. Estás a salvo, amor— Fausto me contestó rápido. Su rostro enfocado en los aparatos médicos que rodeaban la cama. Para evitar verme. "Amor". Esa palabra me rompió un poco más. ¿Cómo podía decirme amor después de todo lo que me había hecho? —¿Dónde está Enzo?— Italia. Sicilia... —Estableciendo el perímetro para tu regreso. Podrás volver con tu familia pronto— Fausto sonó monótono, como si estuviera hablando de sus planes de negocios conmigo. Ausente de emociones. Su cabello perfectamente peinado, el rostro liso y recién afeitado. La camisa blanca combinando con el cinturón de piel café. Este era su verdadero rostro. Mentiroso. "Tenemos que pagar pecados que no son nuestros", retumbó la voz de Dante en mi mente. Quise gritar, pero solo tal y como en mis sueños solo pude susurrar —Quiero ver a mi papá—. Ya no tenía fuerzas para suplicar, ganas de sobrevivir. Solo quería a mi padre. Que me sacara de esta pesadilla. Fausto exhaló todo el aire que pudo levantándose de su posición para acercarse a mi. Su áspera mano acarició mi húmeda mejilla. Su toque me desgarró por dentro. —Lo vas a ver Indra, pero primero tienes que sanar... tienes que recuperarte—. Fausto... ese maldito manipulador hizo que me hirviera la sangre. —¿Sanar de qué? ¿¡Sanar que Fausto!? ¡Estoy aquí por tu culpa! ¡Sigo en este tormento por ti!— el oxígeno me desespero. Me arranqué los tubos. La rabia me invadió. Tortura. Hospital. Tortura. Hospital. Una rueda sin fin. Una jaula disfrazada de paraíso. —¿Por qué no solo me matas de una vez?— le pregunté con la voz rota. Fausto se quedó estático ante mis palabras. El dolor pareció aparecer en sus iris antes de suavizar la mirada para regresar a su semblante inexpresivo. —Estoy cansada Fausto... ya no más. Ya entendí la lección. Ya no más torturas por favor— Fausto convirtió sus labios en una fina línea de tensión que también marcó aún más su manzana de Adán. —Indra...— el hombre pareció tomar aire. Trato de encontrar las palabras correctas en una conversación que no tenía ni una sola gota de optimismo. Su falta de acción me hizo fruncir las cejas cuando lo voltee a ver. —Todo esto es tu culpa Fausto— el hombre de ojos verdes pareció perder su máscara cuando alzó las cejas y abrió los ojos demás. Su rostro fue la silueta de un hombre destruido por sus propias acciones. Pero yo ya no sabía si eso también era parte del guion. Personajes comprados, tal vez Dante era un actor pagado por Fausto. Dasha. Esta era otra actuación. Solloce bajito. Esta era la peor de todas las cárceles. La que tenía su rostro. —Indra no quiero que Emiliano te vea así... lo destruirías —dijo con voz rota Fausto buscando escapar de las respuestas que ya sabía yo que nunca me daría. Mi corazón estalló en llamas de horror, vergüenza y sufrimiento. —¡No metas a mi familia en esto! ¡Yo confié en ti, Fausto! ¡Y mira a donde me llevo eso! ¡No menciones a mi hermano!— el caos me devoró más con cada liberador grito. Grite sin atenerme por primera vez a los consecuencias. Aúlle al recordar fragmentos. Kai golpeándome. Dante drogándome. Dasha curándome. Luka cargándome. Dante golpeándome. Y Fausto... ¿Dando las órdenes? ¿Todo eso fue real? ¿O una alucinación? ¿Un truco más? No se en qué momento me había levantado en un impulso de la cama. Mis rodillas... mis frágiles rodillas que marcaban mis huesos. Todo esto había sido real. —Eres un monstruo —susurré cuando sentí me quedé sin voz, mi espalda quedó contra la pared. —¿Cómo pudiste hacerme esto Fausto?— solloce de nuevo dejándome caer contra el alfombrado suelo. —¿Este es el precio que pagué por amarte?—. No podía pensar. Solo sentir. Y dolía. Dios, cómo dolía. Fausto cayó de rodillas junto a mí sin perder la expresión de terror de su rostro. —No me mires así. No me mires como si no supieras por qué estoy rota mi amor—. Me cubrí la cabeza con las manos. No quería verlo. No quería seguir sintiendo. Pero lo sentí. Sus brazos me envolvieron. Olía a café. A él. A la familiaridad y protección. Mi llanto explotó contra su pecho. Libre al fin. —Perdóname, Indra—. El susurro fue culposo. —No merecías esto. Si pudiera tomar tu dolor, lo haría...— por primera en toda mi vida miré las esmeraldas llenarse de agua. Lo odiaba. Y lo necesitaba. Maldita sea. Me aferré a las manos de Fausto como una niña rota. Y grité. Lloré. Temblé en su abrazo como si pudiera salvarme. Pero yo sabía la verdad. Era prisionera. No de él. De mí misma. Fausto. Indra se quedó dormida entre mis brazos. El amanecer en medio de la isla fue refrescante. No me atreví a mover su delicado cuerpo. Era la primera vez en más de un mes que la podía tener junto a mi. Deje que su quiebre emocional la agotara. Era lo que ella necesitaba para estar bien. Era lo que ambos necesitábamos para estar bien. Solté un diminuto suspiro cuando la puerta maciza de caoba fue abierta lentamente. Por supuesto que solo Enzo podría verme con una mueca de lástima, aprecio y horror al mismo tiempo. —Déjame ayudarte amico mio—. Dijo pausadamente el italiano tomando el cuerpo de Indra entre sus brazos para recostarlo en la cama. Mi niña ni siquiera parpadeo. Deje que Enzo la cubriera entre las cobijas y fuertes de almohadas como si fuera un bebé. Mis engarrotados músculos protestaron cuando me levanté de la incómoda posición donde pasé más de 4 horas queriendo detener el tiempo. Entre mis brazos Indra no tenía terrores nocturnos. Entre mis brazos podía tenerla protegida para siempre. Entre mis brazos no me odiaba. Quería sostenerla para siempre. Debía cuidarla para siempre. —Tengo excelentes noticias. Atrape a los Tizi de la desaparición de Indra en Cancún. Unos pubertos de nacionalidad rusa-mexicana. Se ve que fueron dejados a la deriva por Salazar—. Enzo sonó tranquilo mientras regulaba la temperatura del cuarto de Indra, como si literalmente estuviera hablando del clima. Indra ya estaba conmigo. No tenía tiempo para sentimentalismos, menos para hacerle caso a la opresión de mi pecho. Tenía que actuar. Esta situación no se podía volver a repetir. No pasaría de nuevo algo así. Debía planear y resolver. —¿Dónde están?— gruñí caminando hacia la puerta entreabierta donde habían 2 enfermeras esperando órdenes. Indra no se podía quedar sola de acuerdo a las indicaciones de los doctores. —Te los envolví como regalo en la casa de seguridad de aquí, no te preocupes por nada. Asegure esta maldita isla amico— Enzo finalizó invitándome con la sonrisa a una mañana de torturas para liberar a mi mounstro interior. El que ansiaba sangre desde el día uno. —Pasemos entonces a visitarlos Enzo—.