18. No me dejes caer

Indra.

Corría. O eso intentaba.

Mis pies se hundían en la maleza como si el bosque mismo quisiera devorarme.

Cada zancada era un suplicio, cada rama me rasgaba la piel. El aire era demasiado denso. Irrespirable.

—¡Ayuda! —grité con fuerzas que ya no tenía.

Nadie respondió. Solo el eco burlón de mi propia desesperación.

Me estaban cazando.

Yo era la presa de la bestia. Me tropecé entre piedras y lodo rasgándome el alma misma.

Caí de bruces fijando la vista enfrente, y entonces lo vi.

Dante.

Emergiendo de las sombras como un lobo, me levanto de la naturaleza con sus brazos tatuados. Sus ojos, dos pozos negros. Sin alma. Sin compasión. Me miraron profundamente.

—¿En serio creías que podías escapar de mí, bonita? —su voz fue como veneno.

Intenté zafarme de su agarre, pero era como pelear contra una montaña. Al contrario Dante me aprisionó más como una boa lista para romperme los huesos.

El cielo rugió y de pronto. Llovió sangre.

Carmesí. Espesa. Metálica. Cayendo a cántaros como si e
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