Fausto.
Isla Mujeres, Quintana Roo. El oleaje lamía la playa, como si tratara de limpiar la arena de los pecados que ya cargaba. Entre ese bucle de movimiento de espuma y sal, estaba ella. Indra Díaz. Sentada sobre la arena clara, con los brazos rodeando sus piernas como si aún necesitara protección. Como si yo no fuera suficiente. Sus dedos jugueteaban con la arena húmeda, como si buscaran entre los granos algo que la anclara al presente. Desde mi oficina en el tercer piso, la observé sin entrar en escena. Las amplias cristaleras abiertas dejaron entrar el sonido del mar, los gritos lejanos de las gaviotas y el olor inconfundible de sal y sol. El mar parecía ser un espejo líquido. El perfecto encuadre para un reencuentro familiar quiero pensar. Vladimir había sido el encargado de la protección y seguridad de la familia durante todo este tiempo. Un favor que estoy seguro le costo más de lo que admitiría mi amigo ruso. Vladimir estaba hecho para la guerra, para asesinar. No cuidar civiles. Sus llamadas habían intentando reprimir la impaciencia y la histeria por mi. Estoy seguro que liberarse de esta tarea fue un alivio para Vlad. En cambio para mí. Una carga más al hombro. Obligué a Enzo a quedarse en mi casa hasta que Indra se estabilizara. El italiano tenía un efecto extraño sobre ella: la tranquilizaba. La hacía reír. Y comía con él. Nadie más había logrado eso, ni siquiera las enfermeras. Solo Enzo, con sus malditas pizzas hechas con masa traída desde Florencia y sus malos chistes parecía prender una pequeña chispa de la antigua Indra. Mientras ella lo miraba desde el desayunador de mi cocina de mármol, maravillada como una niña mientras intentaba recrear su receta de tiramisú casero. Yo me aseguraba de ser invisible entre los pasillos de la mansión. Cobarde. Así me llamó Enzo. Y tenía razón. No había tenido contacto directo con Indra desde la noche en que ambos nos quebramos emocionalmente de alguna manera. Me mentí diciendo que estaba ocupado, que debía cerrar pendientes. Pero la verdad era peor, me aterraba verla de nuevo y no poder con la culpa de esta situación. Mi corta venganza contra Kai y sus secuaces no me llenó el alma. Quería la cabeza de la operación. Necesitaba a Dante Salazar. Quería que mi puño se estrellara en su rostro en vez de la cara fracturada de Kai. Unos peones no eran suficiente para calmarme. Durante las 3 semanas que Indra llevaba de regreso a su nueva realidad. Nos habíamos comprometido todos con la rutina establecida por los doctores. Terapias en tiempo y forma, estricto control por parte de sus enfermeras respecto a medicamentos y mi amigo italiano sacando su hobby de chef a flote para que Indra ganara peso de nuevo. Necesitaba regresarla a un estado donde se sintiera a salvo. Humana y cuerda. Se que era lo más egoísta de mi parte, pero necesitaba estar seguro de que Indra no fuera a revelar mi identidad frente al resto del mundo en medio de sus altibajos emocionales. Desde la ventana, vi su rostro iluminarse preciosamente al señalarle a Enzo el yate que se acercaba al muelle. Sentí un ligero nudo en la garganta. Su cabello, le llegaba ya a las mejillas. Indra comenzó a usar diademas para evitar que el fino cabello que volaba por todos lados le molestara en la vista. Su marca había sido cubierta para siempre. Y sobre todas las cosas Indra no parecía recordar mucho sobre esa violencia innecesaria. Recordé mi guion a la perfección. Para la familia de Indra, yo era el empresario que la salvó. El mismo que la puso en peligro... pero eso nunca saldría a la luz. Mi ambición egoísta y todo lo que estaba en juego. Nadie podía saber la verdad detrás de esto. Solamente Iván, el gobernador, padrino de Indra sabía absolutamente todo. Por supuesto que el no estaba abordo del yate en medio de este momento tan delicado. La prioridad de Iván había sido el rescate. Mantener a salvo a Indra me correspondía solamente a mí. Incluso las llamadas de Iván habían sonado más nerviosas de lo normal. Ahora el gobernador se movía en helicópteros y camionetas de pesado blindaje que le mandé a traer de Estados Unidos. Precaución. Habíamos dicho todos en la alianza. Ilegales y legales. Todos parecían sentir que algo fue mal durante mi ausencia. Vladimir, por su parte, también tenía sed de venganza personal. Ahora estaba detrás del nuevo fiscal del estado coordinando áreas de defensa y ataque. El ruso no iba a descansar hasta cubrir cada centímetro del estado bajo su vigilancia. Le habían dado justo en el orgullo. Lograron entrar en su territorio y mucha sangre iba a correr estaba seguro de eso. Tenía a Victoria en Colombia con la esposa de Ulises ajena a esta situación. A Nina le había dado un pequeño descanso y estaba seguro que no se iba a mover de Guadalajara por las próximas tres semanas. Mi medio hermano César tenía la carga operativa y administrativa de mis temas legales por el momento en conjunto con mi primo Luis de Villanueva. Carlota fue la que más me costó de todos mis allegados. Quería ver a Isla mujeres. Vendría. Conocía sus manipulaciones y amenazas. Tuve que obligarme a darle algo más importante que poder internacional. Ser mi vocera. Decir que Carlota se puso como pavo real fue poco. De todos modos Ulises prometió controlarla en mi nombre. Una carga menos. Sin embargo no estaba ni cerca de balancear las pesas de mi vida. Y mientras intentaba controlar todos mis negocios de manera remota, también lidiaba con las decenas de carpetas que los hombres de Emmett transmitían desde Rusia. No había encontrado ningún dato revelador entre los cientos de cadaveres que aquel país tenía diariamente. No tenía idea de quién era la persona a la que Indra había sido obligada a asesinar. Tal vez nunca lo sabría. Los doctores me habían dicho que su mente estaba fragmentada. Sus recuerdos, rotos, mezclados con drogas, tortura y locura. Tal vez ese asesinato nunca pasó realmente. Yo había ido a todas las reuniones diarias con los especialistas para ver los avances físicos, mentales y sobre todo emocionales de Indra. Debía de ser capaz de ser ella misma frente a sus padres. Fuerte ante el mundo exterior que la tiró contra el suelo. Un psiquiatra se atrevió a preguntarme si no me gustaría asistir a sesiones también a mi. Sus palabras exactas fueron "Debes de estar bien para poder sanar a alguien más y ahora mismo parece que cargas demasiadas emociones dentro de ti Fausto". Bufé antes de salir del cuarto azotando la puerta furioso y harto exclamando en voz alta acerca de mi perfecta salud, física, mental y emocional. Era un hombre. Hecho por mi padre a su manera. Yo no necesitaba llorar en ningún diván. Era un Villanueva. Criado para la guerra. Para ganar a cualquier costo. Vladimir hacía que se grabaran las sesiones psicológicas de Indra para luego buscar información que pudiera servir contra el cartel de Dante. Pero ese hijo de puta era muy cuidadoso. Viviendo en medio del bosque, rodeado de otros carteles internacionales, siempre disfrazado, no dejando que Indra tuviera contacto con nadie que hablara su mismo idioma. Torturada, golpeada, violada. Escucharlo de la boca de Indra causaba raras sensaciones en mi estómago. Cada vez que veía las grabaciones de sus sesiones, mis puños se cerraban. Ni siquiera podía analizar algo. Ver su rostro en sufrimiento, las lágrimas de mi niña. Vladimir me dijo que mejor el solo se haría cargo de esas cintas. Me quitó el acceso bajo en pretexto de mi ansiedad y mi cara que parecía lista para asesinar a medio mundo. Y no se equivocaba. Solo estaba buscando el momento perfecto. Indra había sido convertida en herramienta por todos. Incluso por mí. Una pieza clave para destruir el infierno de Dante Salazar. Debíamos descifrar el enigma de su mente para dar con las cabezas del cartel del infierno. Enzo asesino profesional y francotirador de primera era la sombra de Indra en esta isla. No podía estar más aliviado de saber que contaba con su amistad y lealtad para ayudarme a proteger a Indra, incluso si era necesario de ella misma. Y con la mayoría de mis principales problemas solucionados por el momento me permití respirar. Realmente aspiré todo el aire que mis pulmones pudieron. Le pedí a los doctores fueran muy explícitos con sus advertencias ante la familia de Indra. Por supuesto que todos los Díaz habían sigo orillados a terapias controladas por gente de confianza. Incluso en este momento no podía dejar de tener el control. Indra ya no era la misma. Tal vez nunca lo sería. Tenían que tratarla con pinzas. Ella podía romperse con un susurro. Y yo debía de ser capaz de pegar de nuevo sus pedazos rotos con oro. Enfoque la mente en el elegante yate que estaba siendo anclado al muelle con ayuda de varios hombres. Emiliano Díaz saltó ágilmente el metro de separación del mar a la madera para después correr sobre el desembarcadero como si este se estuviera quebrando debajo de sus pies. Indra intento avanzar hacia su hermano menor, pero no fue nada rápida y pronto Emiliano se lanzó a sus brazos haciendo que ambos cayeran y rodaran sobre la arena. Abrí los ojos de más ante la brusquedad de Emiliano, pero cuando ambos hermanos se separaron y vi la enorme sonrisa de Indra en medio de su rostro bañado en lágrimas. Dejé salir el aire retenido. Ella seguía entera. Apenas terminaron de colocar la rampa metálica que conectaba al yate la madre de Indra se echó a correr como si fuese perseguida por lobos. La viva escena de la desesperación de una madre. El padre Guillermo patriarca de su familia esperó a Ariana la hermana mayor que era un manojo de nervios Escuché hasta mi oficina los ladridos de "El perro" que se le quería escapar a Patricio en el yate. Mi chofer se dio por vencido soltando la correa y solo vi el enorme cuerpo felpudo volar hasta Indra que estaba aún hincada en la arena con su mamá y hermano los cuales la sostenían en brazos. Como contención que ella necesitaba. El perro le lamió lo poco que le vio de cara y vi que Indra chillo emocionada de tenerlo de nuevo con ella. Enzo ya había desaparecido para darles una privacidad que claramente yo no estaba respetando. Mire a Guillermo levantar a su esposa y luego a Indra para poder darle un gran abrazo que ocultó el rostro de mi niña sobre su pecho. Vi los hombros desnudos de Indra sacudirse entre sollozos mientras le regresaba el abrazo a su padre. La garganta se me secó pensando en lo mucho que Indra debió haber sufrido sin ver a su familia, y yo todavía la había obligado a estar aislada de todo lo que conocía unas semanas más. El perro se había abalanzado sobre Emiliano que seguía llorando pero ahora entre risas, cuando el perro también intentó lamer a Ariana la cual le huía aterrada. El caos familiar era comodidad para Indra. Eso era una verdadera familia. Lealtad y sangre. A pesar de todo permanecían juntos sobre todas las cosas. Ese tipo de conductas y emociones no estaban permitidas en mi mundo. ¿Cuándo fue la última vez que mi padre me permitió abrazarlo? ¿Que hablé con César de algo que no fuera trabajo o muerte? Ni siquiera recuerdo si alguna vez cumplí el papel de hermano mayor sobre protector con el que Victoria desesperada soñaba. Ese tipo de reuniones y sentimientos no era parte de los Villanueva. Tal vez de los Ferrec lo fue, pero de esas memorias no quedaba nada ya. El miedo era lo principal. Miedo a detenerse, nunca había que mirar hacia atrás. Solo ser más fuerte, más duro. Invencible. Me obligue a despegar la vista de la ventana cuando escuche mi puerta abrirse. Enzo me miró con desaprobación. —Me encantaron estas vacaciones Fausto. Pero ya me estoy oxidando con tanta paz aquí —dijo con una sonrisa sarcástica el italiano. Quería que esto pronto se convirtiera en una historia más. Un recuerdo más. No en una pesadilla que me seguiría por el resto de mi vida. Suspiré lentamente. Sí. Tenía que volver a mi mundo. Actuar con precisión. Ser el número uno en todo. Porque esta vez... tenia una guerra personal por librar. Y una promesa por cumplir. Acabar con Dante Salazar de una vez por todas.