10. La casa dorada

Indra.

Asentí cohibida y la puerta se abrió.

Por un segundo me sentí tan expuesta bajo la mirada de tanta gente. Pero pronto comprendí que todos estaban embobados viendo los bienes materiales. Por supuesto que yo no importaba.

Dante me jalo por un brazo para hacerme caminar rápido por la acera hasta las escaleras de un edificio que brillaba literalmente por las series de luces azules y verdes que estaban sobre todo el edificio.

"LA CASA DORADA".

Estaba escrito perfectamente en español sobre la entrada con luces blancas neón que solo provocaban que me sintiera mareada a cada segundo en medio de tantos destellos coloridos.

Una larga fila de personas esperaban para entrar.

Apenas apareció Dante con el porte de malandro, jeans rotos, tenis y suéter de militar lo dejaron pasar sin más. Nadie me pidió una credencial o algo, así que supongo que este lugar le pertenece a alguno de los aliados de Dante o al mismo diablo.

En el largo pasillo me perdí un segundo en medio de las luces psicodélicas que giraban en medio de la negrura, Dante no dejo de apretar mi brazo durante todo el trayecto. Cómo si temiese que yo fuera a poder escapar.

Los hombres y mujeres preciosas que venían en los carros de lujo entraron segundos después haciendo un tremendo escándalo.

La mayoría latinos cuando los escuche.

La música también latina explotó cuando otro gorila le abrió la puerta a Dante ahora si de la discoteca.

Mire un segundo, el largo y ancho pasillo, repleto de mesas y cuerpos en masa que bailaban.

Los meseros se movían repartiendo alcohol y drogas...

Con un total descaro las bandejas de cocaina pasaban frente a mi como si fueran una botella más. ¿Esto era legal aquí?

Otros hombres le abrieron paso a Dante y sus allegados por la pista de baile para que pudieran pasar cómodamente.

El tatuado me obligo a caminar más rápido, casi me caigo en los escalones bajando la pista de luces neón, pero Dante me tenía tan bien sujeta que solo pareció que me tropecé.

Los tobillos me dolieron cuando comenzamos a subir las escaleras hacia la planta privada superior.

Ahí la fiesta parecía ser más exigente.

Hombres armados nos permitieron entrar, había mujeres en ropa interior bailando sobre una pequeña pista que giraba.

Los sillones cubrían la mayor parte.

Contra una pared estaba la barra personalizada para servir alcohol.

Había un cristal polarizado que nos permitía ver perfectamente la enorme fiesta de gente normal abajo.

Dante me lanzo contra el sillón mas lejano el cual estaba a lado de la ventana.

Los meseros aparecieron en un parpadeo para atender todas las exigencias personales de los desconocidos.

Más hombres vestidos de negro traían maletines negros repletos de dólares los cuales apilaron creando un maldito jenga de dinero.

La bulla de esta gente incrementó cuando trajeron una ruleta de casino para comenzar sus apuestas.

No había rastro de Luka o la morena que había sido participe de mi tortura.

Eran las únicas personas que creía conocer.

Dante se sentó a mi lado aun con la enorme sonrisa.

—Abre la boca— me ordeno y yo obedecí como lo había hecho desde que llegué con el.

Una pequeña pastilla de color verde fue colocada en mi lengua por el, me la tragué en seco.

—¡Para hoy gente!— le grito Dante a las personas a su alrededor.

Rápidamente uno de los meseros me tendió un vaso de plástico que contenía un líquido azul.

Torpemente intenté alzar los brazos por las esposas, el señor de mediana edad abrió los ojos de más cuando logré tomar el vaso.

Sin embargo la mueca de asombro rápida regresó a su serio porte antes de marcharse y dejarme ahí. Muerta en vida.

El olor a mariguana incremento de pronto cuando logre darle un sorbo a la bebida. Sabía a tequila y Gatorade.

Nadie reparó en mi. Nadie se preguntaba porque Dante traía una mujer de cabello azul esposada a la fiesta.

Supongo que después de todo yo no era nadie.

Enfoqué la mirada en el juego de cartas que se estaba llevando a cabo en la gran mesa plateada. 

Caras y cuerpos de todos los estilos charlando eufóricamente.

Un hombre con un claro acento cubano aulló en frustración cuando perdió la mano de cartas contra una mujer africana de exquisito suave rostro.

La piel brilló contra su largo cabello rizado hasta la cintura, el vestido blanco entornó cada una de sus curvas.

La mujer se lanzó una gran carcajada y azoto después las manos contra la mesa donde dejo la llave de su carro. El Ferrari rosa.

—¡Próxima mano! Mi carro contra el tuyo!—dijo ruidosamente en un perfecto español.

Cuando volteó de reojo, el collar de perlas brilló de una manera sobrenatural hacia mi.

Dante también se carcajeo. —No te preocupes Omar. Si Catalina gana yo manejo el Ferrari— el tono de voz del diablo fue imponente cuando también lanzó las llaves de su carro uniéndose a una extraña apuesta que no entendía.

Sus músculos se contrajeron en aquella playera negra que se notó después de quitarse el suéter.

La mirada de Dante fue sombría hacia el supuesto Omar. La oscura sonrisa era la misma que me dirigía a mi.

—Solo porque eres tú Salazar— bufó el hombre de calvicie en lo que la mujer de prominente busto a su lado le prendía un puro.

Me quedé perdida viendo el humo del puro, parecía formar extrañas y tétricas figuras en cada exhalación del hombre.

Pronto el resto de la mesa se unió siguiendo a su líder. Dante Salazar.

Carros de lujo y más de cuarenta millones de dólares en efectivo estaban siendo sacados en ese momento para apostarse entre estas personas.

Los hombres estaban cubiertos en genuinas y ridículas piezas de oro, las mujeres tenían preciosos diamantes que resplandecían demasiado, ni hablar de los extravagantes vestidos.

¿Con qué, esto era disfrutar la vida como un narcotraficante?

Intente seguir la ruleta y las cartas pero mis ojos se perdían en cada luz a mi alrededor. Simplemente voltear hacia un lado era como una montaña rusa.

¿Esto era real?  ¿O un efecto de las drogas?

Alguien alzó un mano triunfante llena de anillos de oro. En un ligero pestañeo de ojos el aroma a café y caro perfume me inundó.

Abrí los ojos de golpe de nuevo. El olor huyó. Era su aroma. El de Fausto.

Se lo que había olido.

El cansancio se apoderó horriblemente de mi, no. No quería dormir, luché por hablar, por gritar el nombre de Fausto. ¡Aquí estoy! ¡Soy yo! ¡Ayúdame!.

Pero de mis labios no salió nada más que un pequeño suspiro cuando me sentí desfallecer.

Un segundo después una sonora cachetada me regreso de nuevo a este extraño universo.

—¡Despiértate mujer!— la mujer del vestido blanco me volvió a gritar.

Intente abrir los ojos pero todo me pesaba tanto. Sus manos con largas uñas llenas de brillos y anillos fue lo que más llamó mi atención.

Había dinero por todos lados. Literalmente dólares cubrían todo el suelo y la mesa cercana.

Ahí donde había mujeres desnudas bailando entre los billetes y hombres sentados apreciándolas.

¿Esto es real? Me volví a preguntar cuando cerré los ojos de nuevo.

—No chingada madre, no en mi turno— se volvió a carcajear la mujer cuando me abrió los ojos y finalmente pude fruncir el ceño.

¿Por qué me molestaba esta mujer? ¿Qué le había hecho yo? Su rostro pareció multiplicarse en su cercanía a mi.

—¿Por qué carajos todos están tan obsesionados contigo Indra Diaz?— dijo la mujer de nuevo, su voz fluyó como si se tratase de un eco dentro de mi.

Indra Diaz... ¿Seguía siendo esa persona?

Mi reflejo en el polarizado me decía lo contrario. Ya no se quien soy realmente.

—La mujer que volvió loco al principito maquiavélico y caprichoso. Reza porque te mate Dante antes de que Carlota venga a rematarte. ¡Esa arpia está loca!— la morena volvió a carcajearse ajena y luego una de sus manos apretó mis mejillas fuertemente para hacerme beber de un vaso.

El rostro me dolió y me obligué a abrir la boca para beber un poco tibio café.

Un flash me cegó de pronto.

Cerré los ojos de nuevo mientras las luces  todavía hacían presencia tratando de iluminar mi oscuridad.

Me sentía tan cansada.

Las risas de la mujer retumbaron en mis oídos cuando me soltó violentamente el rostro.

Alguien me volvió a sacudir salvajemente.

Intente enfocar de nuevo la vista ahora a Dante.

En medio del humo y las extrañas luces mire su cuello cubierto en labial y su cabello completamente despeinado.

Esto era un sueño.

La gente ajena a nuestro alrededor parecía estar teniendo una orgia. ¿Pero que es esto?

Dante con una enorme sonrisa en el rostro me levanto del sillón con una fuerza descomunal que me hizo irme directo contra su pecho.

Sin previo aviso el estampo sus labios contra los míos y yo apenas pude entreabrir los míos.

Recosté mi cabeza contra su pecho. El ruidero para mi ya no tenía sentido.

—Qué pasó Indra, ¿Te ganó la fiesta?— me dijo burlón Dante.

Cerré los ojos de nuevo cuando el flash volvió a dar con mi rostro.

No recuerdo cómo salimos del tumulto de gente que había en la planta baja.

Era como si cada parpadeo fuera una escena completamente diferente.

Dante me llevaba en brazos.

Más luces psicodélicas.

Ya no traía la gabardina ni las botas conmigo. ¿Quién me las había quitado?

En el pasillo hacia la realidad, la luces neones que se movían fueron mi nueva fantasía.

Dante me soltó un segundo y yo me fui de bruces contra el helado suelo. Todo giraba.

Dante maldijo volviéndome a jalar hacia él, involuntariamente me quede viendo sus ojos hasta ver cómo el color miel comenzaba a tornarse verde.

¿Esto era una alucinación? ¿Ya había muerto?

Mis manos no pudieron evitar tocar el cabello rubio que se había oscurecido hasta tomar el castaño sedoso que siempre anhelaba en medio de esta pesadilla.

¿Esto sería mi nuevo infierno?

Cuando salimos, el aire de la noche me hizo tiritar de frío.

El Bugatti ya tenía las puertas abiertas para nosotros.

Antes de que Dante me metiera dentro del carro, El Fuerte hombre me jaló por las esposas para besarme con una feria descomunal que jamás había sentido con nadie.

Me queda quieta en medio de los extraños flashes que no parecían irse nunca.

Abrí los ojos de golpe cuando Fausto se separó de mi con la sexy y burlona sonrisa que le caracterizaba... ¿Pero que?

La puerta del Bugatti se azoto conmigo dentro sin darme tiempo de nada.

Sacudí mi pesada cabeza intentando procesar a quien había visto.

Dante brincó en el asiento del piloto y le gritó a alguien que estaba fuera del vehículo.

—¡Por lamehuevos no vino!— el tatuado se hecho una enorme carcajada y yo me sacudí del frío que estaba sintiendo correr por todo mi cuerpo.

Madre mía. ¿Cómo es que había visto a Fausto?

¿El realmente estaba aquí?

El carro avanzó con un ruidoso motor que me hizo irme de lado.

Dante avanzó rápido por las vacías calles llenas de extrañas luces.

En un semáforo el hombre de ojos miel me volteó a ver.

No se realmente qué me impulsó en este momento de mi vida.

Me atreví a besarlo bajo su sorprendido tacto.

Esta vez dirigí el beso, suave y pasional. Como le gustaba a él.

Cerré los ojos. Pude sentir como sus labios que sabían demasiado a alcohol se acoplaron perfectamente a los míos.

Entreabrí los ojos y noté de nuevo las esmeraldas de Fausto. Lo extrañaba demasiado.

Quería sentirlo conmigo.

No se como le hizo el hombre para no chocar conmigo sentada en su regazo en todo el camino. Con cada beso y roce podía jurar que sentía a Fausto aquí.

Que estaba segura en medio de sus musculosos brazos y que nadie me haría daño otra vez. Su aroma a café era incomparable. Era el de Fausto. Cómo lo quería sentir. Quería que me hiciera olvidar todo esto.

Y lo quería ahora.

En algún punto logramos llegar a una de sus privadas salas y en medio de esta extraña calentura sobrenatural le supliqué que me hiciera suya.

Cómo si fuera de vida o muerte.

Fausto me sonrió dulcemente como en el pasado y eso fue lo ultimo que tuvo sentido para mi antes de caer profundamente dormida entre sus brazos.

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