Fausto.
Moscú, Rusia. —¡Solo tenias una tarea Edmundo! ¡Mas te vale que encuentres una solución para cuando llegue a la Ciudad de México!— la furia y el estrés salieron de mi en un aullido cuando colgué la llamada. Nadie iba a extraditar a mi padre a ningún puto lado. ¡Esa bola de cobardes solo esperaba a que me distrajera para intentar hacer movimientos a su favor!. Tecleé ruidosamente cortos mensajes llenos de órdenes para Cesar respecto a la situación de nuestro padre. Se que Vladimir y César ya estaban hasta el cuello de pendientes pero necesitaba que atendieran también esto. No me podía partir en decenas de pedazos. No cuando Emmett la mayor persona de confianza de Vladimir nos había hecho tomar un vuelo demasiado largo a la capital de Rusia. La exhaustiva búsqueda de Indra se conformó con un reducido grupo de hombres de bajo perfil. Cuando miré el amplio terreno que teníamos que cubrir un extraño pánico se apoderó en mi estómago. Jamás me había sentido así. Vulnerable. Lejos de México. En los territorios de alguien más. Mis distracciones para controlarme se habían reducido a revisar cada pocos minutos mi bandeja de mail en búsqueda de nuevo material que Kimberly me hacía llegar. Iván había comenzado su gobernatura con mi ausencia. Las ejecuciones comenzaron de nuevo a subir en Cancún porque tenía distribuidas a todas mis células en la desesperada búsqueda de Indra por todo México, dejando mis negocios casi desprotegidos. Si no fuera por Vladimir que estaba trabajando casi 24 horas diarias para continuar con la exportación de nuestra mercancía. Estaría ahora mismo en serios problemas financieros y legales. Kimberly y Vladimir eran 2 de las personas que más acechaba en estos momentos. Odiaba estar en penumbras, sin un camino concreto para seguir. Me urgían respuestas. Durante todo este tiempo, no me había atrevido a contestarle el celular a mi padre después de enterarme de la noticia de su posible extradición a los Estados Unidos. Siempre había logrado resolver mis problemas solo, pero de pronto absolutamente nada me estaba saliendo bien. Y eso que tenía ayuda de gente leal a mi. Parecía un estúpido karma. La camioneta se detuvo sacándome de mis pensamientos, dejé de golpetear ruidosamente la ventana. Ni siquiera había sido consciente de ese tic. La bodega aparentemente abandonada tenía montones de letreros en ruso que decían "radioactivo". Alrededor de este había decenas de almacenes, todos en la misma condición. Abatido en soledad. ¿Así se sentiría mi niña?. Desprotegida. Aterrada. Las luces de nuestro transporte iluminaron la helada noche. Ulises soltó un pequeño suspiro cuando abrió la puerta de la camioneta Mercedes para poder bajar. Yo le seguí acomodándome la gabardina negra ya que últimamente mis manos no podían estar quietas. Emmett nos esperaba a un costado de la oxidada puerta de metal. Está chirrió cuando el hombre de Vladimir la abrió de par en par. Le seguimos cautelosos, sintiendo como nuestras pisadas hacían un eco desmedido por la ausencia de cosas. El frío caló en mis huesos. No me sentía para nada seguro. Estos no eran mis terrenos, eran del maldito diablo que parecía tener ojos en todos lados. 2 hombres de Emmett estaban destrozando los restos de una moto. Quemarían la evidencia. El aroma a sangre y óxido era demasiado fuerte. Había varias goteras que producían charcos que habían comenzado a congelarse a lo largo de la amplia bodega. —Estamos seguros aquí. Solo queda esperar sus órdenes para saber que hacer con este— Emmett habló tranquilo cuando nos guió hacia unas escaleras metálicas en forma de caracol. —Este debería servir para llegar a un acuerdo. ¿Comó lo agarraron?— respondió Ulises por mi. —Tuvimos que atropellarlo antes de que llegara a la casa dorada de Dante. Fue difícil señor, sus escoltas nos siguieron 3 cuadras y tuvimos que deshacernos de 4 cuerpos y 2 camionetas—Emmett continuó rindiendo su informe a Ulises y después abrió la podrida puerta de madera que nos guió hacia un vacío cuarto sin ventanas ni vida. ¿Así estaba mi amor? ¿En un lugar precario como este? Sentí por un segundo que el aire entró de lleno a mis pulmones al ver al arabe amarrado con cuerdas, sumamente golpeado y postrado en una incómoda silla metálica. Emmett le dió indicaciones en ruso al otro hombre para que este saliera del cuarto donde había estado custodiando a Abdel. Solamente nos quedamos Ulises, Emmett y yo con el maldito traidor. Lo tenía aquí, Abdel estaba frente a mi. Podía matarlo en un parpadeo por haberme traicionado, colgar su cuerpo en la calle más pública que encontrará para que los demás quedaran advertidos acerca de lo que les pasaría si se atrevían a traicionarme. Pero lo necesitaba vivo. M****a. Esto estaba en contra de todo lo que siempre había hecho. Un líder no ruega, no negocia, no intercambia rehenes. Pero Indra no era cualquier rehén. Indra era mía. Gruñi desde lo profundo de mi alma. —¿Si estás consciente de lo que estás haciendo?— me dijo Abdel sin perder la sonrisa burlona aún con los labios repletos de sangre seca y el ojo morado que no podía abrir. Quise contestarle cualquier cosa al estúpido árabe. Infundir miedo. Pero... estaba cansado. Harto de toda esta horrible situación que se salió de mi control. Me mordí fuertemente el interior de la mejilla antes de poder aparentar templanza. —Haz lo que tengas que hacer Emmett— dije fríamente sin mirar a nadie y luego mis pisadas crujieron bajo la inestable madera para salir de ahí. —¡Eres un marica traicionero!— escuché que Ulises le grito al hombre. Segundos después sonó el golpe a puño cerrado de mi amigo contra el arabe. Quería irme de aquí. Maldita sea quería quemar el mundo entero hasta dar con Indra. La venganza podría esperar hasta tener a mi mujer sana y salva entre mis brazos. —¡Eh, Eh! Fausto tenemos que traer a Carlota, ella es la única que ha intercambiado rehenes con los rusos. Sabe cómo funcionan las cosas aquí.— detuve mi paso acelerado hacia la camioneta después de escuchar el tono alterado de Ulises. —Ni de coñá va a venir ella— dije rápidamente plantándole cara al colombiano. El frío aire me heló la nariz de una cruel manera. Ulises tenía guantes, bufanda y unas ridículos orejeras. El hombre me había dejado en claro lo mucho que odiaba el clima de este país desde que se bajó del jet. Indra también detestaba el frío. Y me dolía saber que ella no estaba igual de cubierta que Ulises. —Fausto cada segundo cuenta. Por el amor a Dios deja tus problemas con Carlota un puto minuto—Ulises me sermoneo sin dejar el ceño fruncido que le marcaba más arrugas de las que le conocía. Parecía que ambos habíamos envejecido drásticamente en unas semanas. Finalmente solté un largo y profundo suspiro cuando saqué mi IPhone del bolsillo. —Estamos cerca de terminar esto amigo. La vamos a encontrar— me alentó Ulises ante mi actitud pasándome un brazo por mis hombros para suavizarme. —Estoy bien— dije rápido sacudiendo el brazos de Ulises lejos de mi. No necesitaba que nadie me diera ánimos. Este era mi problema y yo me encargaría de arreglarlo a cómo diera lugar. Marque el número de Carlota Cuervo y me trague mis miedos en un respiro para poder actuar como todos esperaban de mí.