La noche se extendió para Nathaniel como un manto opresivo, cada minuto una tortura. La fotografía de Anastasia, con el niño en brazos y el collar de diamantes brillando, fue su única compañía.
La había recogido del suelo, la había estudiado bajo la luz de la lámpara del estudio, su mente atrapada en un torbellino de incredulidad y una esperanza aterradora. Era imposible. Anastasia estaba muerta, lo había visto con sus propios ojos, el cuerpo inerte, la tumba, el duelo, pero la imagen era irrefutable. La calidad de la foto satelital, la nitidez del collar, el perfil de ella…
Era ella.
—¿Cómo es posible…? ¿Cómo pudo pasar esto? —murmuraba Vance una y otra vez en la oscuridad de su estudio, las palabras se perdían en el silencio denso de la madrugada.
La cama, en su dormitorio, parecía un lugar extraño, ajeno a la tormenta que lo consumía. No podía dormir. No podía cerrar los ojos sin ver esa imagen, sin sentir el eco de una vida que creía perdida para siempre. ¿Cómo pudo ser engañado d