La furia helada en el rostro de Nathaniel Vance mientras Isabella era esposada no era solo por la traición; era por el dolor punzante de la revelación, la desolación de ver una verdad tan cruel desvelarse ante sus ojos. El equipo SWAT se movía con eficiencia brutal, asegurando la suite, sus movimientos precisos y calculados. Isabella no ofreció resistencia. Su rostro, una vez lleno de la calidez que tanto lo había engañado, ahora estaba pálido, la máscara de frialdad reemplazada por una sombra de derrota.
Vance la observaba, su mirada fija en ella mientras los oficiales la sacaban de la habitación.
No había compasión, solo un vacío abrumador. La traición había perforado su corazón, dejando una herida abierta y purulenta. La Isabella que conocía, la mujer que había amado y en quien había confiado, nunca había existido. Era una fachada, una construcción meticulosa para un propósito siniestro.
Y la persona que la decepcionó mucho tiempo antes.
En la mente de Vance se formaron una secuenc