La filtración sobre la financiación de la campaña y las supuestas conspiraciones con ex presidentes había golpeado a Nathaniel Vance con la fuerza de un huracán. Estaba en su despacho, la habitación que Isabella había profanado en secreto, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros.
Benjamin y David, sus asesores de confianza durante años, ahora eran los principales sospechosos en su mente. ¿Podrían ellos, los más cercanos a él, ser los responsables de desmantelar su carrera pieza por pieza?
La idea era un veneno lento que corría por sus venas.
Pensó en restituirlos, en llamarlos de nuevo para que lo ayudaran a sortear esa nueva crisis, pero la desconfianza era un muro insalvable. Eran los únicos con acceso a tanta información, los únicos lo suficientemente cerca como para orquestar un sabotaje tan íntimo. Su lealtad, una vez inquebrantable, ahora se sentía como una ilusión en la que cayó como un imbécil.
—No. No puedo confiar en ellos —murmuró Vance para sí mismo, su voz áspera. L