Isabella Volkova se miraba al espejo, retocando el brillo de sus labios. Vestía un elegante traje de seda color esmeralda, que acentuaba la curva de su figura. Un nuevo cliente la esperaba en media hora, un magnate naviero con reputación de ser tan opulento como aburrido. Suspiró. La vida de una "consultora" de alto nivel, como ella la llamaba con una sonrisa irónica, era un constante equilibrio entre el glamour y el tedio.
Justo cuando terminaba de ponerse un delicado collar de perlas, la puerta de su apartamento fue derribada con un estruendo. Cuatro hombres corpulentos, vestidos de negro y con un aire de eficiencia militar, irrumpieron en la sala.
Eran profesionales.
No dijeron una palabra.
Isabella, acostumbrada a los peligros y las sorpresas de su mundo, no mostró ni una pizca de miedo.
Su reacción fue instintiva, buscando una navaja o una pistola. Tenía siempre una bajo la almohada, pero no le dieron tiempo de buscarla, además de que no podía sacar sus mejores pasos de baile sin