La mañana después de su conversación con David, la rutina de campaña de Vance continuó implacable. Discursos, reuniones, la constante presión de la opinión pública, pero a pesar del ritmo frenético, su mente a menudo regresaba a la misteriosa mujer de la gala y a la promesa de su reelección.
Mientras Benjamin Carter le ajustaba la corbata antes de una entrevista matutina, David Hayes se acercó, su rostro denotaba una seriedad inusual. David siempre era el hombre de las malas noticias, y esa vez no era diferente, ya que su rostro lo decía.
—Señor, tenemos un informe reciente sobre Dmitri —dijo David, su voz baja para que solo Vance lo escuchara.
Vance asintió, su expresión se endureció ligeramente. Dmitri. El nombre de su antiguo rival y, de algún modo, su salvador.
—¿Qué hay de él? —preguntó Vance, sus ojos fijos en el reflejo de sí mismo en el espejo—. Espero que no sea sobre mi hijo.
—Fue visto de nuevo —informó—. En la tumba de Anastasia.
Un destello de dolor cruzó los ojos de Vanc