El eco de las palabras de Vance en la conferencia de prensa había llegado a los rincones más profundos del complejo de detención. Para Rebecca fue la confirmación de su victoria. Horas después, la pesada puerta de su celda se abrió. No había guardias con armas, solo un par de mujeres con uniformes médicos.
—Señorita Thorne —dijo una de ellas, su voz neutra—. El Presidente Vance ha ordenado su traslado.
Rebecca asintió, una sonrisa apenas perceptible dibujándose en sus labios. Sabía lo que venía. Sus heridas, aunque dolorosas, comenzaban a cicatrizar. Había aguantado por eso.
La llevaron a una suite médica improvisada dentro de la misma Casa Blanca, pero con comodidades que no había visto en meses.
Primero, la ducha. El agua caliente sobre su piel, arrastrando la suciedad y la sangre seca, fue un alivio inmenso. El champú en su cabello, el jabón en su cuerpo, cada sensación era una victoria. Luego, un equipo médico la examinó a fondo. Limpiaron y vendaron sus heridas con pericia, le ad