El tenue crepitar del fuego en el viejo supermercado se estaba apagando. Vance y Anastasia se sentaron en el suelo de concreto, sus cuerpos encogidos, tratando de absorber hasta el último vestigio de calor. El papel y las cajas de cartón que habían encontrado se habían consumido por completo, y el frío volvía a colarse en el interior. La oscuridad de la noche se sentía más densa, más opresiva, y la esperanza que habían sentido al encontrar el refugio se estaba desvaneciendo.
Anastasia quería ser positiva y decirse a sí misma que alguien iría por ella, pero con cada hora que pasaba, sentía menos esperanza. Estaba dentro del territorio ruso, lo sabía por el frío, así que no entendía cómo aun no los habían encontrado. ¿Tan ineficiente era la guardia y los hombres de su padre?
—El fuego está muriendo —dijo Anastasia, su voz era un susurro frío que se perdió en la oscuridad.
—Lo sé —respondió Vance, sus ojos fijos en las últimas brasas que parecían prolongar su muerte—. Propongo que busque