Las linternas tácticas apenas se encendieron lo justo para guiar el terreno, no en lo alto, sino hacia el suelo. La orden de Luca era clara: ningún destello debía delatar su presencia.
El follaje era tan espeso que a cada paso parecía que la selva misma los tragaba. El calor húmedo se les pegaba en la piel como una segunda ropa. Insectos invisibles zumbaban en el aire, y de vez en cuando, el crujido de una rama bajo las botas hacía que todos se tensaran como resortes.
Alan maldijo en voz baja.
—Joder, aquí por solo respirar, nos puede costar un roce de una puta bala.
—Cállate, doña Killer —susurró uno de los hombres de Luca, que iba detrás, con el dedo sobre el gatillo. —No quiero morir el hoy.
Ese apodo si le molestaba a Alan, podía soportar el de "Toy Boy", incluso el de "Sugar Baby", pero "Doña Killer", ese sí, le irritaba oírlo.
El primer grupo de enemigos apareció cerca del claro. Cuatro hombres armados con uniformes oscuros, paseaban con pasos lentos mientras vigilaban el área.