La noche era densa. En el apartamento temporal donde se ocultaban, las luces estaban apagadas. Solo la pantalla del computador de Valentina iluminaba la sala como un altar de batalla. Afuera, la ciudad seguía latiendo, ajena a que, en ese rincón, se estaba gestando una caída histórica.
Tomás miraba el archivo que acababan de recibir de un contacto anónimo. Era un audio filtrado, grabado hace más de un año. En él, Isabel Duarte discutía con una voz masculina —según el espectrograma de sonido, un agente de inteligencia militar— sobre cómo encubrir las masacres en la costa norte.
—¿Quién lo mandó? —preguntó Sebastián, frunciendo el ceño.
—El mismo contacto que filtró la conversación de Ríos en 2022 —respondió Valentina sin apartar la vista del computador—. Se hace llamar “Morocha”. Nadie sabe quién es, pero tiene acceso a las cloacas del sistema.
Tomás se sirvió más tequila.
—Estamos armando una bomba —murmuró—. Si soltamos todo esto al tiempo, se lleva a medio gabinete.
—Y a ella —inter