El set estaba impecable.
Luces suaves que halagaban la piel. Una escenografía pulida al detalle, con un ramo de lirios blancos al fondo que insinuaba luto y pureza. Frente a ella, Alfonso Herrera, el periodista más respetado del país, conocido por su tono ecuánime y sus entrevistas sin concesiones. Todo estaba perfectamente calculado.
Isabel Duarte respiró hondo. Sus ojos, ligeramente humedecidos, brillaban bajo la luz sin llegar a parecer vulnerables. Su maquillaje era tan sutil como implacable. Su expresión, una mezcla de dolor contenido y dignidad herida. El guion, memorizado hasta la última inflexión emocional.
—Gracias por invitarme, Alfonso —dijo con una voz suave, templada por la pena—. No ha sido fácil… como madre, como mujer, como ciudadana... ver todo lo que mi propia hija ha dicho de mí. Todo lo que ha difundido.
La transmisión era en vivo. Más de quince millones de personas conectadas. Las redes colapsaban. Las palabras “Valentina Duarte”, “Madre traicionada” y “Manipulaci