El salón estaba en penumbra, iluminado solo por las pantallas encendidas y el murmullo constante de notificaciones y voces al otro lado del teléfono. Cada rincón vibraba con una energía contenida, como si el silencio solo existiera para dar paso a la guerra.
Sebastián cruzaba datos con la precisión de un cirujano, rastreando transacciones financieras, licitaciones ocultas y vínculos olvidados entre fundaciones de caridad y empresas fachada. Tomás hablaba sin descanso, reconstruyendo una red de contactos que hasta hace semanas parecían imposibles de alcanzar. Ex-militares, periodistas en el exilio, viejos fiscales con cuentas pendientes… Todos parecían estar esperando este momento.
Y al centro de todo, sentada frente a una pared cubierta de nombres, fechas y líneas rojas, estaba ella. Valentina. Los ojos fijos. La mente despierta. El corazón ardiendo.
—No vamos a lanzarnos contra todos al tiempo —dijo con la voz firme, sin alzarla, pero con la fuerza de quien sabe que cada palabra es u