Sebastián caminaba con paso firme por el garaje subterráneo del edificio abandonado. Sus zapatos resonaban sobre el concreto sucio, marcando un ritmo casi ceremonial. En el bolsillo interior de su chaqueta llevaba una memoria USB y un sobre sellado. En su rostro, ese gesto neutro que aprendió a usar cuando tenía que enfrentarse a traidores sin mostrar debilidad.
—Llegas puntual —dijo una voz desde la penumbra.
Sergio Londoño emergió del costado, elegante como siempre, pero con la mirada alerta. Era el tipo de hombre que sonreía mientras afilaba un cuchillo mental. Uno de los más leales a la red… y el más ambicioso.
—Puntualidad es respeto. Y esto, Sergio, va de respeto… o de supervivencia.
Sebastián extendió el sobre. Londoño lo tomó con desconfianza, lo abrió y leyó en silencio. Eran copias de documentos que lo vinculaban directamente a la red de tráfico: rutas, depósitos, fechas, nombres.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, sin levantar la voz.
—Te estoy ofreciendo una salida. Testifi