Valentina lo citó en una sala privada del hotel Santa Lucía, durante un evento jurídico de alto nivel.
No fue casual.
Era territorio neutral. Visible. Elegante.
Y lo suficientemente cerrado como para que el fuego no se escapara.
Sebastián llegó puntual.
Traje negro. Mirada de lobo.
Pero por dentro, latía como una bomba.
Ella lo esperaba sentada, con una copa de vino entre los dedos y un vestido negro satinado que le abrazaba el cuerpo como una amenaza silenciosa.
—Pensé que no vendrías —dijo ella, sin levantarse.
—No sabía que podía negarme —respondió él, con media sonrisa.
—Siempre puedes. Claro. Pero perderías.
Sebastián se acercó, sin romper la mirada. Se sentó frente a ella, el silencio entre ambos cargado de palabras no dichas.
—¿Qué es esto, Valentina?
—Un juego.
—¿Y cuál es la apuesta?
Ella apoyó la copa. Se inclinó levemente hacia adelante, los labios apenas separados.
—Poder. Control.
Lo mismo que siempre ha sido.
Él la estudió. Sus ojos. Su postura.
No era la misma mujer que