Valentina llegó temprano a la oficina esa mañana.
No por compromiso.
Por instinto.
Algo en su pecho la mantenía alerta, como si el cuerpo supiera lo que la mente aún no.
Se sentó con su café, abrió su correo…
Y ahí estaba.
Un mensaje sin asunto, sin firma, sin texto. Solo un enlace.
Click.
Y la pantalla explotó en escándalo.
> "¿Solo negocios? La abogada Valentina Duarte y el magnate Sebastián Reyes, ¿algo más que aliados estratégicos?"
Debajo del titular, una foto borrosa… pero innegable.
Ellos.
Saliendo del hotel Santa Lucía.
Él con la chaqueta arrugada.
Ella con el cabello suelto, el vestido negro satinado que la prensa ya había catalogado como “la prenda de la semana.”
Él tocándole el brazo.
Ella sonriendo.
No era una foto sexual.
Pero lo decía todo.
Valentina sintió un golpe seco en el estómago.
No de culpa.
De furia.
Habían cruzado la línea.
Y ahora, todos lo sabían.
El artículo era sutil, disfrazado de “interés empresarial”.
Pero debajo del texto elegante se escondía el veneno: