El eco de los tacones de Isabel resonaba con furia contenida por el pasillo blindado de la Fiscalía General. Aunque oficialmente estaba bajo custodia por su implicación en la red criminal más grande del país, nadie se atrevía a tratarla como a una simple prisionera. Isabel Montenegro aún imponía. Aún dominaba con la mirada. Aún había voces que le susurraban lo que ocurría afuera… y adentro.
—¿Y Salvador? —preguntó con tono bajo, pero cortante.
Uno de los escoltas—uno de los suyos, aún fiel en las sombras—se acercó disimuladamente.
—Ya habló. Lo filtraron todo a la prensa. La Fiscalía oficializó las pruebas. Pero hay algo más…
—¿Qué más?
—Su hija… Julián Rivas. El video.
Por un instante, el rostro de Isabel perdió rigidez. El nombre la golpeó más que cualquier sentencia. La sangre que había derramado… ahora hablaba desde dentro. Y lo peor: Valentina sabía la verdad.
—¿Ella ya vio el video? —preguntó, con la voz apenas audible.
—Sí, señora. Lo van a publicar esta noche. Dicen que será e