El amanecer en Bogotá llegó sin amanecer.
La ciudad seguía a oscuras, los semáforos apagados, los buses inmóviles en medio de avenidas colapsadas. El frío se sentía más pesado de lo normal. Y en medio de ese silencio raro, los rumores corrían más rápido que la luz.
En la sala de operaciones improvisada en Chapinero, Valentina recorría el lugar con pasos cortos y firmes. El café en su mano ya estaba frío, pero no tenía tiempo para cambiarlo. Frente a ella, en la pantalla principal, un mapa digital mostraba puntos rojos esparcidos por todo el país.
—Estos son los focos que se han activado del Protocolo Éxodo —explicó Sebastián, señalando tres zonas—. Apagones, fugas coordinadas, filtración de información… pero hay algo más.
—¿Qué? —preguntó Tomás.
Sebastián amplió la imagen hasta llegar a un edificio gris en el centro de la ciudad.
—Este lugar no tiene actividad registrada. Ningún ataque, ningún fallo… nada. Y eso es raro, porque es uno de los nodos principales del sistema de comunicaci