La filtración del video de Julián Rivas sacudió al país como un terremoto.
Titulares emergían uno tras otro:
“Confesión histórica: exministro revela red de corrupción liderada por Isabel Montenegro”
“El padre de Valentina Duarte rompe el silencio y pide perdón”
“Colapso institucional: ¿cuántos sabían y callaron?”
La imagen de Valentina, serena y firme al lado del video, se volvió símbolo de una generación que no se dejaba corromper.
Y aunque muchos lo celebraban, dentro de ella algo se quebraba con cada segundo que pasaba.
Estaba haciendo lo correcto.
Pero también había revelado al mundo que el monstruo que tanto luchó por destruir…
era su padre.
Fiscalía General – Sala de seguridad 5. 6:42 a.m.
Isabel Montenegro no dormía.
Los guardias notaban su mirada fija, los labios apretados, la respiración calculada. Pero no sabían que cada músculo de su cuerpo ya estaba accionando su última estrategia.
Desde un teléfono no rastreable dentro de un maletín confiscado y oculto por un funcionario