"La peor traición es la que llega con la sonrisa de un aliado."
La noticia explotó en la madrugada como una bomba sin aviso. Primero, fue un informe breve en un portal digital extranjero. Luego, el fuego cruzó las fronteras. Y en cuestión de minutos, todos los medios del país replicaban lo mismo:
**“Primera dama implicada en lavado de activos con empresas vinculadas a Isabel Montenegro.”**
El presidente despertó con el teléfono sonando como un grito. No era la seguridad, ni su jefe de gabinete. Era su esposa.
—¿Qué está pasando? ¿Qué mierda está pasando? —gritaba entre sollozos.
Él no supo qué decirle. Se incorporó, buscó sus lentes, encendió la pantalla del televisor. Y allí estaba: la cara de su mujer, congelada en una fotografía de archivo, mientras una voz en off describía transacciones, empresas fantasma, vínculos con paraísos fiscales.
Se llevó las manos al rostro. El silencio en la habitación era abrumador.
No podía desmentirlo. Porque era cierto.
Y lo peor era que sabía de dón