La noche brillaba sobre la ciudad como una promesa envenenada. Las luces de los rascacielos competían con las estrellas, y el salón principal del Hotel Imperial, donde Reyes Industries celebraba su gala anual, parecía el epicentro del universo.
Valentina bajó del auto negro con pasos firmes, el vestido rojo abrazando sus curvas como un pecado hecho seda. Su cabello, recogido en un moño bajo, dejaba al descubierto el cuello largo y elegante que tantas miradas robaría esa noche.
Tomás, a su lado, lucía impecable. Traje oscuro, reloj plateado y esa expresión relajada que solo los hombres que han vivido demasiado rápido saben fingir. Podrían haber sido confundidos con cualquier pareja poderosa… si no fuera porque sus ojos no dejaban de vigilar cada sombra.
—Luces peligrosa, hermana —susurró Tomás, ajustando su corbata.
—Tú también. Como un guardaespaldas con agenda propia —respondió ella, esbozando una media sonrisa.
El hall principal los recibió con el estruendo sutil de violines y copas