La mañana encontró a Valentina y Tomás aún en la oficina de Julián Méndez. Por primera vez en días, habían dormido sin sobresaltos, aunque el descanso no logró borrar la tensión de sus cuerpos. El aroma a café amargo llenaba la sala cuando Julián, con su voz grave, abrió la conversación:
—Si quieren acabar con esto, tendrán que meterse en la boca del lobo.
Valentina alzó la mirada, determinada.
—¿Qué propones?
Julián encendió un cigarrillo, gesto que Valentina recordaba de su infancia, cuando él y su madre planeaban cómo pagar las cuentas del mes.
—Mañana por la noche, Reyes Industries celebrará su gala anual. Asisten políticos, empresarios, jueces… y, por supuesto, el propio Sebastián. Si algo turbio se mueve, estará allí. Es el único lugar donde tendrás a todos los jugadores en el mismo tablero.
Tomás frunció el ceño.
—¿Y cómo diablos piensas que entremos? No creo que tengamos invitaciones VIP.
Julián sonrió de lado, con ese aire de viejo zorro.
—Déjenme eso a mí. Conozco a alguien