La muerte del senador Orjuela sacudió los titulares como un terremoto: “Accidente trágico en la autopista norte”, decían los medios. Pero los que sabían leer entre líneas entendían que aquello no fue casualidad. Fue una advertencia.
Valentina lo supo apenas leyó la noticia en la pantalla de su laptop. Cerró los ojos. Contó hasta cinco. Y luego hasta diez.
Sabía que Isabel no se iba a rendir.
Minutos después, su teléfono encriptado vibró. Era un mensaje de tres palabras:
> “Víctor está vivo.”
Suspiró con alivio. Una victoria pequeña, pero esencial.
Estaba por responder cuando la llamada entró. Era su aliada en la fiscalía, Andrea Luna.
—¿Dónde estás? —preguntó Andrea, sin rodeos.
—En casa. ¿Por?
—Necesito que salgas de ahí ahora mismo. La orden ya está firmada. Oficialmente, vas a ser capturada por filtrar información confidencial y manipular pruebas.
Valentina sintió cómo se le tensaba el cuello.
—¿Desde cuándo?
—Desde hace treinta minutos. Pero esto viene cocinándose desde hace días.