El sonido de las cajas de cartón deslizándose por el suelo de madera era la música de nuestro fin de semana. No había prisa, no había caos, solo el ritmo suave de dos vidas que se unían. El apartamento de Dumas, que alguna vez me pareció tan elegante y minimalista, ahora se sentía como un hogar, lleno de vida, de color, de caos. Mis libros se apilaban en su estantería, mis perfumes se mezclaban con los suyos en el baño, y mi ropa, mi exorbitante cantidad de ropa, se desbordaba de los armarios. Era un caos hermoso. Era nuestro caos.
Dumas se agachó y levantó una caja, y sus músculos se tensaron.
—Mi Lady, ¿cuántos zapatos tienes? —preguntó con una sonrisa en sus labios—. Esto parece una tienda de zapatos.
—Los necesarios —le respondí, con una sonrisa en mis labios.
Él rió, una risa profunda y cálida que me hizo temblar. No había pasado ni un minuto en el que no me sintiera agradecida, tan feliz, tan aliviada. Hacía unas horas que habíamos empezado, y ya sentíamos un cansancio en los m