El eco de mis pasos resonaba en el largo pasillo del juzgado, un sonido que se sentía extraño en la solemnidad del lugar. El olor a papel viejo, a madera pulida y a un aire denso y pesado, me llenó los pulmones. Me sentía fuera de lugar, vestida con un sencillo vestido color crema que contrastaba con el ambiente de trajes oscuros y miradas serias. Dumas estaba a mi lado, su mano sostenía la mía con una firmeza que me daba la fuerza que necesitaba. Su presencia, tan sólida y tranquilizadora, era mi ancla en este mar de incertidumbre.
—Mi Lady, no tienes que hacer esto si no quieres —me susurró, su voz era un hilo, apenas audible—. No tienes que verte con él.
—Tengo que hacerlo —le respondí, mi voz era un poco más fuerte—. No puedo vivir con miedo. No puedo dejar que me robe mi paz.
El largo pasillo finalmente terminó, y entramos en una sala de espera. Layla y mis padres ya estaban allí, sus rostros eran una mezcla de preocupación y apoyo. Me senté entre ellos, el silencio era un lengua