La bolsa con el pastel de chocolate era como un grito silencioso que contrastaba con la firmeza de Dumas de pie frente a mi puerta. Lo miré con el corazón en un puño, mi mente todavía era un campo de batalla. Él, que comenzaba a ser a alguien a quien confiarle mi intimidad, ahora me producía mucha confusión. A pesar de eso, algo en su mirada —una mezcla de súplica, arrepentimiento y una ansiedad que no le era habitual— me impidió cerrar la puerta de golpe. La imagen de él de pie, con esa expresión tan vulnerable, era tan diferente al hombre seguro de sí mismo que conocía. Me hizo sentir que esta vez no había secretos, que lo que estaba a punto de confesar era la verdad, su verdad.
—Pasa —murmuré, mi voz apenas un susurro.
La amargura que sentía no se había desvanecido, pero la curiosidad y la necesidad de respuestas eran más grandes. Él dio un paso dentro, la bolsa de papel con el pastel y la caja de pizza en sus manos, y la calidez de su presencia llenó el aire de mi pequeño apartam