El bosque quedó atrás mientras Brianna corría con el frasco de sangre apretado contra su pecho. Cada paso resonaba como un latido desesperado, cada respiración era una plegaria silenciosa. La luna, testigo muda de su carrera contra el tiempo, proyectaba sombras alargadas que parecían querer atraparla.
"Resiste, Damien. Resiste", susurraba entre jadeos.
Cuando finalmente divisó la cabaña, su corazón dio un vuelco. La puerta estaba entreabierta, meciéndose con el viento nocturno como si fuera el péndulo de un reloj que marcaba los segundos de vida que le quedaban a Damien.
El silencio que la recibió fue más aterrador que cualquier grito.
—¿Damien? —llamó, atravesando el umbral.
La escena que encontró congeló la sangre en sus venas. Damien yacía en el suelo, su cuerpo inmóvil como una estatua caída. El Testigo estaba arrodillado junto a él, sus manos ancianas presionando el pecho del Alfa, murmurando palabras en un idioma antiguo que parecía rasgar el aire.
—¡Llegué! ¡Tengo la sangre! —e