La luz de la Luna Negra se filtraba entre las nubes como un presagio, dibujando sombras alargadas sobre el claro del bosque. El círculo de piedras ancestrales, testigos silenciosos de siglos de rituales, parecía vibrar con una energía contenida. Brianna podía sentirla bajo sus pies descalzos, como si la tierra misma respirara.
Frente a ella, dos altares de piedra pulida reflejaban la luz mortecina. El primero, tallado con el emblema de los Blackthorn: un lobo con espinas entrelazadas en su pelaje. El segundo, más antiguo, mostraba símbolos que parecían cambiar ante sus ojos, marcas de los Alfa Lunares que habían existido antes que la historia pudiera recordarlos.
La manada formaba un círculo perfecto alrededor del claro. Rostros tensos, miradas expectantes. Algunos con esperanza, otros con recelo. Todos en silencio.
Damien permanecía inmóvil a diez pasos de ella. Su rostro era una máscara impenetrable, pero Brianna podía sentir la tormenta que se agitaba bajo esa calma aparente. El ví