La casa dormía cuando Clara bajó las escaleras, descalza y con una vela temblando entre sus dedos. No había podido soportar más la opresión de su habitación, las paredes que parecían cerrarse cada vez más, los recuerdos del día que la perseguían incluso con los ojos abiertos. Necesitaba aire, espacio, algo que le recordara que todavía existía más allá de las miradas acusadoras y las insinuaciones venenosas.
La biblioteca era su destino. Allí, entre los libros y el olor a papel viejo, podría al menos fingir que era otra persona en otro lugar. Alguien que no estaba siendo desgarrada entre el deseo y el deber, entre el pasado que la perseguía y el futuro que no podía tener.
Los pasillos de la planta baja estaban sumidos en una oscuridad casi total, apenas interrumpida por la luz débil de su vela. Las sombras danzaban en las paredes como espectros, y Clara sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío de la noche. Había algo inquietante en caminar sola por esos corredores, com