El comedor de los Delacroix resplandecía bajo la luz de los candelabros de cristal. La vajilla de porcelana francesa reflejaba pequeños destellos dorados mientras los sirvientes se movían con precisión milimétrica alrededor de la mesa. Clara observó la escena con una mezcla de admiración y temor. Estas cenas familiares se habían convertido en un campo de batalla donde las palabras eran armas y las miradas, declaraciones de guerra.
Tomó asiento junto a Sophia, quien le dedicó una sonrisa silenciosa. La niña llevaba un vestido azul celeste que resaltaba la palidez de su rostro. Clara le devolvió el gesto, agradecida por ese pequeño remanso de paz en medio de la tormenta que se avecinaba.
Lord Adrian presidía la mesa con su habitual porte aristocrático. Su rostro, tallado en mármol frío, apenas revelaba emoción alguna, excepto cuando su mirada se c