La lluvia caía con suavidad sobre los jardines de la mansión Delacroix, creando un velo plateado que difuminaba los contornos de los setos y las estatuas. Clara había decidido salir a pesar del clima, necesitaba aire fresco después de una tarde sofocante en el salón de música con las hermanas Delacroix. Sophia la acompañaba, silenciosa como siempre, pero con una presencia reconfortante que Clara había aprendido a valorar.
—El aire húmedo siempre me ha parecido purificador —comentó Clara mientras caminaban bajo el refugio parcial de los árboles—. Como si la lluvia lavara no solo la tierra, sino también las preocupaciones.
Sophia asintió con una leve sonrisa, sus ojos expresando lo que sus labios no podían. Llevaba un pequeño cuaderno donde dibujaba ocasionalmente, y ahora lo sostenía contra su pecho, protegiéndolo de las gotas que se f