El comedor principal de la mansión Delacroix resplandecía bajo la luz dorada de los candelabros. Las llamas danzaban sobre la plata pulida y los cristales tallados, proyectando sombras que parecían guardianes silenciosos de los secretos que flotaban entre los comensales. Clara, sentada en su lugar habitual, sentía el peso de aquellas miradas que se cruzaban sobre la mesa como hilos invisibles de una telaraña en la que todos, de alguna manera, estaban atrapados.
Lord Adrian presidía la mesa con su habitual porte aristocrático, aunque Clara había aprendido a detectar las pequeñas señales de tensión en su mandíbula. A su lado, Victor Delacroix sonreía con esa mezcla de encanto y peligro que lo caracterizaba, mientras James intentaba mantener una conversación ligera que disimulara la densidad del ambiente.
—Señorita Morel —dijo Victor, alzando su copa en un gesto que parecía casual pero que Clara sabía perfectamente calculado—, debo decir que esta noche luce particularmente encantadora. Es