El sol de la tarde se filtraba por las cortinas de la habitación de Clara, proyectando sombras alargadas sobre el suelo de madera. Había pasado la mañana ayudando a Sophia con sus lecciones de piano, y ahora, finalmente sola, decidió revisar sus escasas pertenencias. Cada cierto tiempo sentía la necesidad de asegurarse que todo estuviera en orden, que su pasado permaneciera oculto en el pequeño baúl que guardaba bajo su cama.
Se arrodilló y extrajo el cofre con cuidado. La llave, que siempre llevaba colgada en una fina cadena bajo su vestido, tintineó cuando la sacó. Al abrir el baúl, sus dedos recorrieron metódicamente cada objeto: el pañuelo bordado con las iniciales E.D., un mechón de cabello de su madre, un pequeño retrato en miniatura de su familia y, al fondo, el sobre donde guardaba la única carta que conservaba de William, su amor perdido en la guerra.
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