El aire fresco y salado del pequeño pueblo costero comenzaba a ser familiar para Bianca, aunque todavía sentía que el lugar no la acogía por completo. Habían pasado semanas desde que se instalaron, y mientras Luca lidiaba con sus propios fantasmas, ella decidió que necesitaba salir de casa y encontrar su lugar en esta nueva vida.
Al principio, los habitantes del pueblo eran amables pero reservados. La llegada de una mujer tan elegante y claramente de fuera despertaba curiosidad, pero también cierta desconfianza. Sin embargo, Bianca no se rindió. Se esforzaba por visitar el mercado local, saludar a los vecinos y participar en pequeños eventos comunitarios.
Fue en una de esas visitas al mercado cuando conoció a Marco, un hombre que vendía pescado fresco junto al muelle. Era un hombre de media